Ministerio Evangelistico Shekinah
¡Ahora veras si mi palabra se cumple o no.! (Números 11:23)
Parte I
En Marcos 16:15, Jesús dijo: “Id por todo el mundo”. Pero Él no se detuvo ahí, sino que más adelante añadió: “y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Si Jesús no hubiese añadido esto, nadie hubiese podido salir a predicar el Evangelio. La Palabra dice en Marcos: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”. ¡El Señor estaba con ellos!
Los discípulos confiaron totalmente en el Señor. En Juan 15:4-5, Jesús usó la parábola de la vid. Él dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. Los discípulos vivían en una región donde se cultivaba la vid. Sin embargo, nosotros vivimos en una era tecnológica.
Hoy día, Jesús quizás hubiese usado una parábola relacionada con la electricidad. Si colocamos una bombilla en el receptáculo de una lámpara, en la noche tenemos que encender un fósforo para saber que está allí. Una bombilla es uno de los objetos más transparentes que he visto, no oculta nada. Sin embargo, por sí sola, sólo sirve de adorno. No sirve para nada más. Eso mismo ocurre con nosotros. Jesús dijo que sin Él no podemos hacer nada. Nosotros podemos tener una reputación transparente, podemos ser un dechado de virtudes, un adorno de la iglesia; pero por sí solos, no somos útiles. Una lámpara eléctrica no alumbra si no tiene electricidad. Nosotros estamos en esa misma situación, si no tenemos poder, no somos útiles.
Hemos Sido Llamados a Llevar el Poder
Ahora bien, veamos la misma bombilla cuando la corriente eléctrica pasa a través de ella. ¿Qué ocurre? Los filamentos de la bombilla se encienden, brillan. Alumbran la casa. El poder es lo que hace la diferencia.
La actitud de los discípulos después del Día de Pentecostés sorprendió a todos. Ellos habían visto a Jesús resucitar de los muertos, y sin embargo, Él los amonestó por su dureza de corazón y por su incredulidad. Después de la muerte de Cristo, los discípulos se retiraron de la vida pública y se encerraron en un aposento alto. Entonces, siete semanas más tarde, ellos salieron a las calles radiantes de poder y gozo. El poder del Espíritu Santo estaba con ellos y ellos se convirtieron en luces brillantes y ardientes.
La energía eléctrica no actúa por sí sola, sino a través de la lámpara. Nosotros sin el Espíritu Santo, no podemos hacer nada. Aunque la electricidad pase un contador eléctrico y por cables de electricidad, no ocurre nada. Nada en lo absoluto; no suena, no se ve, no alumbra. La electricidad necesita de la lámpara y la lámpara necesita de la electricidad. La salvación de este mundo es un esfuerzo mutuo. Nosotros necesitamos del poder de Dios, y Dios necesita de los seres humanos.
Nuestra misión es llevar el poder de Dios al mundo. Eso es todo lo que somos, hombres de poder que llevamos el poder a las vidas que no lo tienen. En una ocasión, escuché hablar de una mujer que pasó tiempo en una tienda escogiendo un televisor. Luego de pagar por el televisor, la señora dijo que no tenía electricidad en su casa. ¿Pensaría ella que el televisor funcionaría con gas? Algunas personas sólo tienen gas, ellas carecen de poder.
En 1 Corintios 4:20, Pablo dijo: “Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder”. Yo he escuchado algunas personas decir que Dios es quien hace la obra. Según ellos, Él llega al lugar de reunión y gana a cada uno de los allí presentes con su gracia suprema. Sin embargo, eso sería un acto de su omnipotencia. Algunas de las oraciones que se hacen para el avivamiento dan la impresión de que las personas se quisieran sentar y no hacer nada mientras Dios lo hace todo. A decir verdad, Él lo podría hacer; sin embargo, Él no lo va a hacer. Jesús dijo: “Id”.
Cualquier doctrina o filosofía que no se preste como conducto del poder de Dios, es una pérdida de tiempo. ¿Qué diferencia haría si algunos de nuestros problemas teológicos se resolvieran? ¿Sería la respuesta correcta derramar el poder Divino?
Dios sólo nos tiene a nosotros. Su poder depende de los seres humanos. Su poder necesita un instrumento. No podemos separar el poder del Evangelio de la unción de Dios que existe sobre los evangelistas. Si el poder de Dios se manifiesta sobre el mensaje, es por medio del mensajero. El Evangelio en los labios de un evangelista es un Evangelio Poderoso. El Evangelio es una obra de Dios y de los hombres; una combinación necesaria. El libro de los Hechos dice 66 veces que la Palabra del Evangelio fue predicada. Y son muchas las páginas que se usan para describir lo que ellos dijeron.
¿Qué significa predicar el Evangelio? Predicar el Evangelio es cuando un hombre comparte públicamente su experiencia con Dios, ungido por el Espíritu Santo, e inspirado por el gozo de su propia convicción. La forma en que algunos predican al Cristo crucificado, no es a manera de noticia, sino de historia. Si la experiencia personal del predicador es una experiencia muerta, él meramente comparte información. En ocasiones se ha dicho que los sermones deberían estar en el libro de record Guinness como la experiencia más aburrida que los hombres han conocido. Verdaderamente, puede ser algo así como tomar el té del día anterior.
La Gran Comisión
Analicemos las siguientes palabras: “Id por todo el mundo”. Estas palabras fueron tomadas de Marcos 16:15. Ese mandamiento se repite en cada uno de los Evangelios así como en el libro de los Hechos (Mateo 28:19-20, Lucas 24:47, Juan 20:21 y Hechos 1: 1-8). Todo el Nuevo Testamento habla de la Gran Comisión de forma indirecta. La predicación del Evangelio es el tema del Nuevo Testamento. Dios vino a confrontar al mundo con su amor. Descuidar la predicación del Evangelio, es una transgresión.
Sin embargo, leamos lo que dice Mateo 28:18-19: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id…”. Marcos 16:17 dice: “Y estas señales seguirán a los que creen”. Lucas 24:47-49 dice: “y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Juan 20:21-22 dice: “Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. El libro de los Hechos 1:8 dice: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…” y Hechos 4:33 dice: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”.
La Importancia de la Unción
La unción de Dios no es un lujo sino una necesidad. Es la razón por la que predicamos; el reino de Dios y su poder.
Permítame hacerle unas preguntas bien importantes. En el Día de Pentecostés, Jesús envió a sus discípulos a predicar, equipados con su poder. De manera que - ¿Cuánto les duró ese poder? ¿Cuán lejos llegaron ellos antes de que se les agotara el poder y se les vaciara el cántaro? Regresaron los apóstoles al Aposento Alto después de cada viaje misionero cantando: “Queremos otro Pentecostés. ¡Envía el Fuego!”.
Eso es algo que debemos considerar. Mire lo que dice Marcos – “Los discípulos predicaron por todas partes y el Señor fue con ellos confirmando la Palabra con señales”. Fue así que ellos comenzaron una misión eterna y mundial, equipados con todas las fuerzas espirituales que necesitaban, fuerzas tan confiables como sale el sol. Ése es el estándar de la Biblia – evangelistas con una unción inagotable. Cualquier otro concepto está tan fuera del Nuevo Testamento que no podríamos encontrarlo.
Ahora bien, una cosa es ir, pero mi preocupación personal es cómo iremos. Una de las características de muchos de los países africanos es la incertidumbre del suministro eléctrico y del sistema telefónico. Hoy funcionan, mañana no. Muchos ministros cristianos parecen ser igual de inconsistentes en cuanto al poder espiritual se refiere. Por eso es que constantemente están pidiéndoles a las personas que los respalden con sus oraciones. Yo pienso que ellos tienen miedo de que el impacto de sus obras no sea bendecido o que no tenga poder. Ellos creen que pueden levantar un clamor a Dios y que en respuesta a su petición, Dios respaldará sus obras.
Yo mismo les pido a las personas que oren por nuestro ministerio. Ahora bien, tener una experiencia del poder de Dios que se prende y se apaga sería algo totalmente absurdo para mí. La esencia de mi ministerio es demostrar que Jesús vive. Sin tener una garantía Divina, sería una locura de mi parte tomar un avión para ir a un país africano. Una experiencia inestable sería algo muy peligroso.
¿Es acaso esto arrogancia? ¿Egoísmo? Yo baso mi opinión en las cosas que escribió el apóstol Pablo. Él nunca estuvo inseguro. Romanos 15:28-29 dice: “Así que, cuando haya concluido esto, y les haya entregado este fruto, pasaré entre vosotros rumbo a España. Y sé que cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo”. Pasaría algún tiempo antes de que Pablo saliera en su viaje misionero. Aún así, Pablo declara abiertamente que iría en la totalidad de la bendición de Dios.
Pablo fue a Roma pero no como él había imaginado. Él fue como un prisionero. Eso le pudo haber robado la unción. Sin embargo, no fue así. Al llegar a Roma, con su vida bajo amenaza de muerte, Pablo aún estaba lleno del poder de Dios. La última epístola que Pablo le escribió a Timoteo no muestra ninguna señal de que su unción hubiese disminuido.
Pablo estaba seguro de la totalidad de la bendición de Cristo. Muchos evangelistas no tienen tal seguridad. Ellos piensan que eso es ser presumidos. Ellos dicen algo como esto: “Oh, yo no me atrevería a ponerme en el mismo nivel de poder de los apóstoles. Yo no estoy tan santificado como aquellos grandes hombres. Yo sólo aspiro a poderlos imitar a ellos. Yo deseo ser humilde”. A decir verdad, yo no creo que eso sea humildad. En mi opinión, eso parece ser incredulidad o cobardía espiritual.
Poder para los Testigos del Evangelio
El Nuevo Testamento no dice que el poder de las personas que son testigos del Evangelio es condicional. Hoy día, hay miles de sermones que describen las condiciones necesarias para que Dios se mueva con poder. De acuerdo a este concepto, para que el poder de Dios se manifieste, debe haber unidad, arrepentimiento, confesión, sacrificio propio y santidad. No hay duda de que estaríamos mejor si tuviéramos los niveles ideales de santidad. Eso es algo que debemos esforzarnos por alcanzar; pero si no los obtenemos, ¿Podría ser esa la razón por la cual los avivamientos se han demorado? ¿Está el Espíritu Santo aguardando por nuestra perfección? ¿Es acaso el grado de nuestra virtud la medida de la obra del Espíritu?
Es muy fácil encontrar faltas los unos en los otros, así como en la iglesia y decir que dichas faltas detienen la obra de Dios. Esto es algo que vende libros. Pero, ¿acaso nuestros defectos decepcionan a Dios? Él conoce nuestras faltas. Si nosotros no somos mejores que nuestros padres, tampoco somos peores que ellos. Para que las iglesias sean lo que algunos predicadores dicen que deben ser antes de que puedan recibir el poder de Dios, tendríamos que ser una nueva especie de seres humanos.
A veces me pregunto si el avivamiento requiere de tan altas calificaciones. ¿Acaso fueron los hombres y las mujeres del pasado mucho mejores y merecedores de la gracia que las personas de hoy día? Decir: “Habían gigantes en la tierra en aquellos días”, es algo humanamente normal. Uno tiene que estar muerto por 50 años antes de convertirse en un “gigante”. Los seres humanos sólo adquirimos fama después de muertos. Yo me imagino que las personas se sienten seguras al rendirle tributo a los muertos en los funerales porque los muertos ya no pueden ser sus rivales. Los muertos no pueden ir frente a nosotros ni superarnos. Sin embargo, Jesús no actuó de esa manera. Aunque las personas dijeron que Él era el rival de Juan el Bautista, en Mateo 11:11, Jesús dijo que: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista”.
Parece ser que mientras más atrás en el tiempo, más excelentes eran los cristianos y la iglesia. Se dice que la primera iglesia fue el mejor ejemplo de lo que debemos ser; incomparable en fervor y dedicación.
A través del mundo, ha surgido la idea de que el poder es una recompensa; el resultado de la santificación. Orar es algo que se promueve mucho como la más grande de todas las virtudes, e inclusive la mayor de todas las buenas obras. Según este concepto, el poder equivale al tiempo que uno pasa orando. Mientras más uno ora más poder tiene. En otras palabras, dos horas de oración producen dos veces más poder que una hora.
Parte II
Pablo no revela que tenía conocimientos de esa enseñanza. Él no tenía ningún problema afirmando que tenía la “plenitud” del Espíritu. Esto le puede parecer vanagloria a algunos predicadores, pero Pablo entendía que esto era una realidad de la vida cristiana. Esta confianza en la bendición de Dios, es algo que vemos a través de todo el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento no utiliza ningún otro tipo de lenguaje y no manifiesta ningún otro punto de vista. Ése era el punto de vista apostólico. Dondequiera que los apóstoles iban, ellos asumían que Cristo los respaldaría hasta el final; el poder de Dios no tenía fluctuación ni medida. Los apóstoles nunca estuvieron ansiosos con respecto al poder de Dios. Ellos no siempre declararon que tenían poder; no tenían necesidad de hacerlo. Los apóstoles tenían una profunda confianza en todo lo que hacían.
Los siguientes versículos bíblicos reflejan esto:
Colosenses 1:11 dice, “…fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad…”. Fíjese que Pablo no dijo que necesitaba paciencia para obtener poder, sino poder para obtener paciencia.
El versículo 29 dice, “…para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”. Aunque sus labores eran físicas, Pablo tenía una turbina de poder en su alma.
Efesios 3:7,20 dice: “…del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder”. Este versículo niega cualquier mención de que una persona pueda ser un siervo del Evangelio sin no tiene el respaldo del poder de Dios.
El versículo 20 dice: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…”. Si su poder no opera en nosotros, entonces no somos lo que Pablo entendía que los cristianos debían ser. Un cristiano es una persona en quien el Espíritu Santo está constantemente activo.
Romanos 15:8-9 dice: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, Y cantaré a tu nombre”. Ésta es otra versión de la Gran Comisión. El que los gentiles alaben el nombre de Dios es el propósito de la Gran Comisión. Pablo describe esto en detalles en los versículos 8 al 12.
La Predicación del Evangelio Activa las Promesas de Dios
El versículo 8 dice: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres…”. No había manera de que esas promesas pudiesen ser confirmadas si el poder de Dios no hubiese estado operando en Pablo cuando éste predicaba. Pablo asumió que el poder estaba con él. La predicación del Evangelio activa las promesas de Dios. Entonces, en el versículo 9 dice: “y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, Y cantaré a tu nombre”. En otras palabras, ellos fueron testigos del poder de Dios.
En el versículo 13, Pablo continúa diciendo: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. ¿A qué esperanza se refería él? A la esperanza de que los gentiles alabaran a Dios. Sus esperanzas reposaban en el poder de Dios. En resumen, los discípulos confiaban en la unción. Ellos sabían que podían contar con ella.
Los versículos 18 y 19 dicen: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo”. Pablo no había pasado por alto ningún lugar, ni tampoco había tomado días libres; sino que constantemente había proclamado a Cristo con el mismo respaldo incondicional de Dios.
Pablo sabía muy bien las cosas que iban a ocurrir. Esa firme esperanza estaba siempre presente. Romanos 1:11 dice: “Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados…”. Él no dice quizás o a lo mejor. Él dice que cuando fuera a ellos eso era lo que él iba a hacer. Romanos 1:13 dice: “Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles”. Pablo no dice que eso es algo condicional, sino que establece de ante mano lo que iba a suceder. Su Evangelio era un Evangelio victorioso. Un Evangelio que no dependía de ninguna formula; sólo dependía de las promesas de la presencia y del poder de Dios.
Romanos 1:16 dice: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego”. El Evangelio tiene su propio poder cuando es predicado. Todos aquellos que predican el Evangelio son hombres de poder.
La Demostración del Poder del Espíritu
1 Corintios 1:18 dice: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”. Pablo confirma esto en 1 Corintios 2:3 cuando dice: “Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor…”.
En 2 Corintios 1:15, Pablo dice que va a ir a los corintios para que éstos reciban otro regalo o bendición (la palabra “charis” en griego significa regalo). Pablo no les dijo a los corintios que él tenía la esperanza de que ellos recibieran otro regalo; él sabía que tenía el poder para llevarles ese “regalo”.
La predicación del Evangelio activa el poder de Dios. El Evangelio debe ser predicado para que se convierta en Evangelio. El Evangelio comunica noticias, no información. Las noticias no son noticias si no se reportan, si no se comunican. Una muerte no es noticia hasta tanto no aparece en los diarios. Si la muerte de Cristo nunca hubiese sido divulgada por los apóstoles, no existiría el Evangelio. Si la noticia más importante no se anuncia, no se convierte en las Buenas Nuevas. Cuando es predicado, el Evangelio es el poder de Dios para la salvación. Jesús salva cuando predicamos acerca de su salvación. De otro modo, Él no salva a nadie.
El Espíritu Santo no trabajar a medias. Él no actúa tentativamente. Nuestro Dios es un Dios que siempre obra con todo su poder. Él cubre nuestras debilidades, defectos y limitaciones con su poder. Él nunca es menos de los que debe ser; nunca menos que perfecto. Él no es un fuego que quema hoy aquí y mañana allá.
No existe tal cosa como cristianos sin poder. Si no tenemos poder, no somos cristianos. Esta fe es poder. Podemos tener un “cuerpo” de doctrina aprendida, pero si esa doctrina no tiene poder es sólo un cadáver. Cristo no es sólo la Verdad, sino también la Vida. Por definición, el cristianismo es el poder de Dios derramado en nuestras vidas.
Una Fuente de Poder Integrado
Frecuentemente, escuchamos decir que no debemos salir a evangelizar si no tenemos poder. Lo cierto es que no debemos hacerlo ya que sin poder no hay Evangelismo. Cualquier otra cosa es sólo propaganda, promoción o crecimiento de la iglesia. Un Evangelio sin poder es como poner artículos en la vidriera de una tienda cuando la tienda no tiene esos artículos disponibles. Es como tener la letra de una canción pero no la música. El poder de Dios no es un ideal, sino una promesa que Dios nos hizo. No es el objetivo máximo, sino un ultimátum: “Ser llenos del Espíritu”. Es una necesidad. Algo con qué comenzar, no algo a lo que debemos aspirar.
La Gran Comisión tiene su propia fuente de poder. El Espíritu Santo está comprometido a respaldar el Evangelio. El Evangelio arde con el poder de Dios. Así como no puede existir fuego sin calor, no se puede predicar el Evangelio si no hay poder. La Gran Comisión y el poder de Dios están estrechamente relacionados; dependen el uno del otro. Si nosotros vamos, Él va. Si laboramos, Él labora junto a nosotros.
En el Nuevo Testamento encontramos 230 referencias acerca de la oración, pero ni una sola de ellas dice que debemos orar para recibir poder. Jesús dijo: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…”, y cuando eso ocurrió ellos recibieron el poder y nunca más lo volvieron a pedir. Los creyentes del siglo anterior oraron constantemente por el poder. Ellos oraban por el Bautismo de poder.
La Falta de Poder
Vamos a hablar ahora de la falta o ausencia del poder de Dios. Considerando lo que he dicho hasta ahora, me pregunto lo siguiente: ¿Por qué existe tal cosa como la ausencia de poder? Si el poder está atado al Evangelio, ¿por qué tenemos que orar por todos nuestros esfuerzos evangelísticos? Por muchas razones. Entre ellas, lo que dice Romanos 15:30-32, “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta; para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros”.
Esos versículos contienen cuatro peticiones:
1. Por los ataques que Pablo enfrentaba, o sea por el Evangelio.
2. Por su seguridad.
3. Para que su ministerio fuese aceptado por los creyentes.
4. Para que Pablo llegara con gozo y fuese restaurado.
Pablo no les pide que oren para que él reciba poder, sino por los impedimentos que lo acosaban. Un ministerio puede ser atacado de muchas maneras. Por ejemplo, de forma física, como dice 2 Corintios 2:12: “aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito; así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia”. El poder que Pablo tenía quedó anulado por lo preocupado que él estaba por Tito.
Romanos 15:22 dice: “Por esta causa me he visto impedido muchas veces de ir a vosotros”. 1 Tesalonicenses 2:18 dice: “por lo cual quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente una y otra vez; pero Satanás nos estorbó”.
Estos son impedimentos físicos que limitan la obra de Dios, obstruyendo así el poder de Dios. Estos impedimentos deben ser objeto de oración. En 1 Corintios 16:9, Pablo se refiere a este mismo problema – “porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios”. En 2 Corintios 2:11, Pablo habla de la posibilidad de que Satanás podía ganar ventaja sobre ellos.
Los Dones de Dios – no son Infalibles
En Colosenses, Pablo enfatiza la necesidad de orar. “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso, para que lo manifieste como debo hablar”. Después de esto, Pablo cambia el enfoque de sus palabras y exhorta a las personas a que aprendieran a hablarle a los inconversos – “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Su comportamiento era un factor bien importante para que ellos pudiesen predicar la Palabra.
La predicación del Evangelio puede ser interrumpida por muchos factores. Los dones de Dios no son infalibles. El poder del Espíritu Santo es vulnerable. 1 Tesalonicenses dice: “No apaguéis al Espíritu”. Cada referencia que existe en las Escrituras con respecto a la palabra “apagar” siempre se refiere al fuego o a la luz de una lámpara. La exhortación es para aquellos que, a propósito, le echan agua helada al fuego. Vale la pena mencionar que el Espíritu de Dios no se apaga si una mujer muestra sus tobillos.
Curiosamente, algunas personas piensan que ellos deben estar constantemente re-encendiendo el fuego de Dios. En Levíticos, el libro de la Biblia que muestra las imágenes de Dios en el Templo y de los sacrificios de Israel, leemos que: “El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará”. Dios había encendido la llama en el altar.
Permítame mencionar algo de pasada. Cuando Elías se paró en el Monte Carmelo y oró, el fuego cayó y consumió el sacrificio, la madera, el agua y quemó las piedras. El fuego cayó una vez y luego se apagó. Sin embargo, cuando el fuego de Pentecostés cayó, continuó ardiendo en las vidas de los discípulos. Nosotros no queremos un fuego terrenal como el de Elías, sino el fuego de Cristo. Nuestro deber es no hacer nada que vaya a apagar. El fuego puede arder eternamente siempre y cuando nosotros no lo apaguemos. El fuego de Dios no se apaga solo. El Espíritu Santo que está en nosotros nunca muere. Se dice que el amor no muere de muerte natural, sino que tiene que ser asesinado; lo mismo ocurre con el poder del Espíritu.
Obedeciendo la Gran Comisión
La gran revelación de la Gran Comisión se encuentra en 2 Corintios 6:3-10. Aquí Pablo habla en detalles de las condiciones en las cuales el poder del Espíritu Santo opera en la vida de los siervos de Dios. Él enumera tanto ayudas como obstáculos; pero no se equivoque, no existe argumento alguno que pueda ser tomado en cuenta para juzgar la presencia y el poder del Espíritu Santo. Pablo enumera 29 condiciones que son tanto positivas como negativas.
Léalas una y otra vez. Ese capítulo es el ejemplo a seguir por todo predicador aquí en la tierra. No existe ni una sola de esas condiciones que sea ajena a cada uno de nosotros. Todos nosotros debemos trabajar dentro de esos parámetros, o no somos dignos de predicar en lo absoluto. Los requisitos básicos son tolerancia, labor ardua, pureza, entendimiento, palabra de verdad, justicia, paciencia, y bondad en el Espíritu Santo con amor sincero.
Pablo también enumera circunstancias que debemos enfrentar – persecución, gloria, deshonra, difamación, falta de reconocimiento, y pobreza. Pablo mismo había pasado por todo esas cosas. Sin embargo, esas no son las cosas que apagan el fuego de Dios. El fuego del Espíritu de Dios arde eternamente y no necesita ser re-encendido cada domingo en la mañana, o cada vez que predicamos.
En el pasado, ha habido predicadores que no predicaban en las iglesias a no ser que sintieran que Dios estaba con ellos. Ellos buscaban sensaciones y certeza por medio de alguna señal del Espíritu. Yo estoy seguro de que el Señor sonreía amablemente; sin embargo, eso no era fe. Si ellos hubiesen pasado más tiempo leyendo la Palabra en lugar de estar orando, hubiesen ido con confianza a todo lugar, sabiendo que Dios no es inconstante. Dios no tiene que ser persuadido, o sujetado a manera de llave de lucha libre para estar junto a nosotros en el púlpito. Dé por seguro que Él está siempre con usted. La unción siempre está presente cuando obedecemos la Gran Comisión.
Lenguas de Fuego Repartidas - Parte I
“El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego”.
(Hebreos 1:7)
Una iglesia próspera es como una zarza ardiente. La voz de Dios se escucha desde allí. Nuestra palabra debe ser su palabra, de lo contrario no tiene valor alguno. Una iglesia encendida con el fuego de Dios, así como una zarza que arde con el fuego santo, atraerá a las personas mucho más que cualquier conmoción basada en relaciones públicas. El eminente teólogo suizo Emil Brunner dijo, “Así como el fuego existe para quemar, la iglesia existe para hacer obras”.
Nuestras iglesias deben ser como bosques de arbustos encendidos. Dios está vestido de fuego y sus siervos son “llamas de fuego”. A no ser que estemos ardiendo con el fuego de Dios, jamás podremos entender a las personas. Martyrius Sadna dijo, “nos paramos negligentemente ante su presencia como si fuese un juego”. ¿Se aplica esto a algunos de nosotros?
Podemos ser bien ordenados, hacer todo con dignidad y decoro, pero sin fuego. Correctos pero fríos. En el monte Carmelo los paganos pusieron todo correctamente sobre el altar, todo estaba listo para el sacrificio, pero el diablo no pudo traer una llama del infierno para encenderlo. Sin embargo, Elías reconstruyó el altar, colocó las piedras, la madera, y lo que iba a sacrificar, de acuerdo con los estatutos, y clamó a Dios para que cayera fuego del cielo. ¡Y el fuego cayó!
Pasión o Fracaso
El fuego es el emblema divino. Nos guste o no, si la fe cristiana no es una fe apasionada, es un fracaso. La fe está caracterizada por el fuego: vidas y corazones encendidos, rostros brillando con la presencia de Dios, llenos de fervor y entusiasmo. Las Escrituras contienen más de 100 referencias acerca del fuego de Dios.
El fuego también anuncia la presencia del Señor. El Salmo 50, versículo 3 dice: “Vendrá nuestro Dios, y no callará; Fuego consumirá delante de él, Y tempestad poderosa le rodeará”. Su símbolo es el fuego. Aunque cada una de las tribus de Israel tenía su propia bandera mientras marchaban por el desierto camino a la Tierra Prometida, la marcha estaba encabezada por la columna de fuego de Dios, el emblema de Dios y la bandera de la nación.
En los tiempos del Nuevo Testamento, ese mismo emblema estaba disponible para las personas. Juan el Bautista declaró una verdad bien importante acerca de Jesús. Él anunció que Jesús bautizaría en el Espíritu Santo y Fuego. Ese poderoso bautismo era lo que iba a identificar al Mesías. De modo que antes de que Jesús apareciera en escena, ya se les había avisado a las personas que debían esperar el fuego de Dios. ¡Eso es precisamente lo que es la fe: Fuego!
La iglesia cristiana es la portadora del fuego de Dios, una antorcha ardiente que alumbra la tierra. Sólo la fe en Dios puede ofrecerle al mundo el objetivo más importante que existe en la tierra. Las pasiones de este mundo son avaricia, lascivia y poder, pero la consagración a Cristo puede ofrecerle al mundo un propósito ardiente. Sólo las pasiones de Jesús pueden encender montañas.
En Inglaterra, las personas celebraron el final de la Segunda Guerra Mundial encendiendo faroles en las colinas. Estos faroles se podían ver desde el sur hasta el norte y desde el este hasta el oeste. Cada uno de estos faroles era encendido cuando las personas veían encender el farol que estaba más cercano a ellos. Creando así una cadena de luces victoriosas que brillaban en las cimas de los montes. Eso mismo es lo que ocurre con los cristianos – si usted está en fuego, contagiará a otros. Dios es lo suficientemente grande para que todos podamos obtener su fuego. Si usted está encendido con el fuego de Dios, no se debe preocupar por los vientos de adversidad. El viento apagar las velas; pero aviva el fuego. Las iglesias están supuestas a ser luces en las colinas, y no velas en un sótano.
Fuego – La Experiencia más Intensa
En las Escrituras, las únicas religiones sin fuego son las religiones falsas con sus fuegos falsos. Algunas personas están obsesionadas únicamente con la religión. Emoción no es lo mismo que fuego. Ser fanático, o tener una mente apasionada o impulsiva, tampoco significa tener el fuego de Dios.
Existen muchas iglesias cuyo fundamento está basado en opiniones teológicas y humanas. Con frecuencia, los teólogos famosos son como brigadas de fuego – especialistas en apagar el fuego de Dios. Sus intereses son estrictamente académicos, son fríos y carecen de pasión por el Evangelio. Su evangelio no posee la intensidad de los mensajes de Pablo. Los mensajes de los maestros y predicadores como estos, nunca llegan al corazón de las personas y nunca avivan el deseo por Dios o por el Evangelio.
En los tiempos medievales, muchas iglesias llevaban el nombre de un santo. Cuando una iglesia llevaba el nombre de un santo quería decir que poseía una o dos reliquias que pertenecían a dicho santo, usualmente huesos. El nombre de esas iglesias estaba basado en un hombre o una mujer ya muertos. ¡Su fe y sus esperanzas estaban basadas en huesos! Imagínese esto: bendiciones atadas a huesos, una fe basada en reliquias.
Pensaba en el momento en que Pedro y Juan entraron en la tumba del Cristo resucitado y examinaron sus ropas. A ellos nunca se les ocurrió pensar que podían exhibir las ensangrentadas vestimentas de Cristo como evidencia de su muerte, como reliquias santas que las personas pudiesen besar y tocar. ¡Pedro y Juan tenían cosas más importantes que hacer! De hecho, ellos pasaron su tiempo esperando en el Aposento Alto hasta que el fuego de Dios descendió. Pentecostés no es un símbolo de muerte sino un trofeo de vida y victoria. La verdadera señal de que Cristo vive es el fuego del cielo. Al mirar a los discípulos, aún sus enemigos, podían reconocer que ellos habían estado en la presencia de Jesús. Necesitamos confraternizar los unos con los otros. Cuán bueno es cuando recibimos ayuda de personas que están llenas del fuego de Dios, de personas cuyos pensamientos están dirigidos por el Espíritu.
En un poblado español vivía un santo. Las personas tenían miedo de que él se fuera del pueblo, así que lo mataron y guardaron sus huesos para asegurarse de que su bendición no se iba a ir de allí. Las reliquias sólo comprueban que alguien ha muerto. ¡Los pedazos de madera de la cruz sólo indicaban que Jesús había muerto! Las personas no son atraídas por símbolos de muerte sino de vida. Las verdaderas “reliquias” de Cristo son las personas llenas del fuego de Dios, no un pedazo de tela, ni los muertos que han sido canonizados; sino las personas vivas que han sido bautizadas en el Espíritu. La prueba, señales y evidencia de que Jesús se levantó de entre los muertos son los seres humanos que viven la vida abundante que Él nos prometió. Porque Él vive, nosotros también vivimos – por el poder de la vida inmortal.
Este año se celebra el aniversario del centenario del avivamiento en Gales. En un periodo de pocos meses unas 100,000 personas se entregaron sus vidas a Cristo y se unieron a las iglesias locales. Aquellas iglesias eran como hornos encendidos. Sin embargo, hoy día queda muy poco de ellas. Sus chimeneas están llenas de cenizas frías y de escoria. Los templos, donde los hombres fuertes se arrodillaron y lloraron de arrepentimiento, se han convertido en almacenes y salones de Bingo. La gloria y el fuego desaparecieron y la palabra “ichabod” (¿dónde está la gloria?) está escrita en las puertas de las iglesias. Hoy, las capillas están vacías y las prisiones están.
El avivamiento eliminó por completo la criminalidad en Gales pero la apostasía ha producido el índice de criminalidad más alto que se ha registrado. Dios desea que seamos hornos encendidos, no congeladores.
La Teología de Pentecostés
Las lenguas repartidas del fuego del Espíritu Santo nos confirman que Él está con nosotros. Dos de los eventos espirituales más grandes de la historia, el Éxodo y Pentecostés, comenzaron con el fuego divino. Sin embargo, en el nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Cristo no hubo fuego. En esas ocasiones, el fuego no hizo falta ya que el que bautiza en fuego estaba presente – mucho más grande que el fuego que representa su presencia. El fuego, podríamos decir, es el emblema de Dios… y mucho más. Cuando Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios, el fuego cayó sobre seres humanos comunes. El fuego nos capacita para testificar acerca de Jesús; para mostrarlo tal cual es. Todo fuego que no nos acerca a Él y que no produce amor por Él, no procede de Él. El Espíritu Santo está dedicado a la labor de revelarnos las cosas de Cristo. Allí donde está el fuego de Dios, allí está Jesús.
La teología de la Ascensión es la teología de Pentecostés. Cuando Cristo ascendió al cielo, subió a un lugar especial: “a la derecha de Dios” (Marcos 16:19). La mano derecha es la mano de poder y autoridad. Las Escrituras siempre hablan de la mano derecha o del brazo derecho. Jesús era la mano derecha de Dios. De hecho, las Escrituras nunca hablan de la mano izquierda de Dios. La mano izquierda representaba vergüenza y fracaso (vea Mateo 25:33). En tan sólo una ocasión (Deuteronomio 33:27), las Escrituras hablan de los brazos del Señor. Aparte de esa ocasión, las Escrituras siempre hablan del brazo o de la mano del Señor. El brazo del Señor es el Señor mismo, el hijo de Dios. La mano derecha de un padre era siempre su hijo. Dios quebró el brazo de faraón cuando su primogénito murió (Ezequiel 30:21).El salmo 89:13 nos dice que el brazo de Dios “está envestido de poder”. Cuando el diablo y el mundo lanzaron sus ataques en contra de Cristo, ellos lanzaron un ataque en contra de la mano derecha de Dios; y ésta nunca iba a poder ser quebrantada.
“Jehová desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro” (Isaías 52:10). Esa profecía se cumplió cuando Cristo vino a la Tierra. El anciano, Simeón, vio al niño Jesús cuando lo llevaron al templo por primera vez. Simeón bendijo a Jesús diciendo: “Señor, mis ojos han visto tu salvación” (Lucas 2:30-31). Jesús es la salvación, nuestra salvación, el brazo poderoso de Dios puesto al descubierto para darnos salvación. Para Dios descubrir su brazo significa salvación, y no la destrucción de sus enemigos. Cuando Cristo subió a la derecha del Padre, lo primero que hizo fue enviar el fuego de Pentecostés.
Fuegos Falsos
Existen fuegos falsos. El fuego desde donde se escucha la voz de Jesús, ése el fuego verdadero. En la friolenta Inglaterra, las casas se calientan por medio de chimeneas que parecen utilizar carbón como en el pasado. Sin embargo, hoy día, aunque las chimeneas aún están allí, el fuego es generado por líneas de gas. Ya no hay carbones encendidos, ni rostros cerca del fuego, ni tostadas sobre las parrillas, ni teteras haciendo ruido. En Europa, algunas casas, así como la mayoría de los apartamentos, no tienen chimeneas de gas sino radiadores centrales que utilizan agua caliente para calentar los hogares. Jesús no vino a bautizarnos en agua – sea fría o caliente – sino en fuego; en un fuego genuino y no en un fuego falso.
Hoy día, los templos están llenos de símbolos. Las iglesias tratan de sugerir la presencia de Dios por medio de la arquitectura, la música, la vestimenta, el tono de voz, los muebles, y la percusión. Las iglesias bautizan en agua pero no en el Espíritu Santo y en Fuego. Puede que nosotros necesitemos ayuda para adorar a Dios, pero el deseo de hacerlo debe arder en nuestro corazón. Los cánticos que llegan al cielo no proceden de nuestros labios, sino de nuestros corazones.
Es posible escuchar predicaciones bien ilustradas, acertadas, perfectas y profesionales pero sin fuego. Predicaciones con el gesto apropiado en el momento adecuado. Predicaciones con la historia perfecta, el tono de voz correcto, las lágrimas y los llantos en el lugar indicado, el grito adecuado, el aumento en el tono de voz a medida en que el mensaje se intensifica y la señal para que el coro comience a cantar en el momento clave. Verdaderamente, no podemos condenar ninguna de estas prácticas siempre y cuando las mismas inciten a las personas a adorar a Dios. Una iglesia puede ser una zarza bella y bien cultivada, pero lo más importante es que sea una zarza ardiente; una zarza que testifique acerca de la pasión de Cristo.
No son los reyes, poetas o intelectuales los que ocupan las páginas de las Escrituras, sino personas con corazones llenos del fuego de Dios. Personas como Noe, Abraham, Jacob, Moisés, Josué, David, Elías, Eliseo, Daniel, Ezequiel, las muchas Marías del Evangelio y las mujeres que Pablo saludó en Romanos 16. Estas personas no se sentían incómodas con sus emociones. Dios los había bautizado en su fuego y ellos ardían y resplandecían. Ellos no eran personas serenas, sosegadas y sin sentimientos; sino personas apasionadas. El pueblo de Israel comenzó con líderes carismáticos fortalecidos por el Espíritu, pero terminó con reyes paganos.
Jesús dijo que Juan el Bautista era una “antorcha que ardía y alumbraba” (Juan 5:35). Yo prefiero ser como un Juan que alumbra antes de ser un rey. El rey Herodes no alumbró nada; sin embargo, Juan el Bautista aún alumbra los calabozos del palacio de Herodes. Nerón encendió los jardines de su palacio amarrando a los cristianos con cintos de piel y prendiéndolos en fuego. Al día de hoy, las llamas de aquellos mártires que Nerón quemó no se han podido apagar.
Hornos Encendidos
El corazón de los seres humanos es como un horno. Está hecho para contener el fuego de Dios. Años atrás cuando los hornos de calefacción estaban hechos de hierro, las amas de casa pasaban mucho tiempo y esfuerzo brillando las parrillas. Durante la hambruna del 1930, aunque en las casas no había carbón, las amas de casas seguían brillando las parrillas. ¿Cree usted que podríamos describir algunas iglesias al estilo del 1930 – sermones que brillan pero que no tienen fuego?
Dios tomó una zarza ordinaria, la envolvió en su fuego y la convirtió en un arbusto extraordinario al hablar desde allí. Normalmente, Dios no habla de entre los arbustos, no importando cuán bellos sean. Hasta el día en que Dios visitó aquel desierto, ese arbusto no tenía importancia alguna. Moisés probablemente había visto aquel arbusto con anterioridad pero nunca le había prestado atención. Sin embargo, cuando las llamas del cielo lo cubrieron, éste dejó de ser un arbusto sin importancia. ¡Esto mismo ocurre con las iglesias! El mundo no respeta una iglesia de santurrones; una iglesia de filosofías diluidas, de pensamientos bonitos y de incertidumbres. Si una iglesia arde con el fuego de Dios, va a llamar la atención. Cuando las iglesias son modelos de decencia, decoro, conformidad y corrección, nadie dice: “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (Éxodos 3:3). Sin embargo, cuando las iglesias arden con el fuego espiritual, las personas se detienen y miran.
Parte II
El Fuego nos hace Famosos
Los arbustos no deben quemarse, y muchas supuestas iglesias tampoco deben quemarse. Si se quemaran, alguien buscaría un extinguidor de fuego para apagarlas. El que una iglesia arda en fuego no es algo normal. Por el contrario, es algo espectacular y hace que las personas se detengan a mirar. Algunos de los que se detengan serán como Moisés y escucharan la voz de Dios, mientras que otros no escucharán nada. Sin embargo, es ahí donde Dios separa las personas del pasado de las del futuro. El pasado representa a Egipto, a las ataduras. El fuego representa libertad, aventura y vida. Las personas no están buscando perfección, sino fuego, calor y pasión. Puede que las iglesias parezcan opulentas, populares y exitosas; sin embargo, eso me trae a la memoria aquellas palabras que dijo Pedro en Hechos 3:6, “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Pedro no tenía dinero pero tenían a Dios.
El fuego convirtió a la zarza en el arbusto más famoso que jamás ha existido. Moisés fue el único que vio aquella zarza, pero al día de hoy, nadie la ha podido olvidar. El fuego dio a conocer la zarza, y ésta dio a conocer a Moisés. Moisés era un hombre versado en toda la sabiduría de Egipto; pero con todos sus conocimientos, él hubiese muerto sin fama, como una momia llena de polvo en Egipto. Sin embargo, Moisés conoció al Dios de fuego en el desierto y hoy día es una persona muy importante.
Los discípulos eran pescadores desconocidos hasta que las lenguas de fuego reposaron sobre sus cabezas… y en poco tiempo transformaron al mundo. Los discípulos no se conocieron a sí mismos hasta que el fuego los transformó. Su fervor les trajo persecución y cantidad de abusos verbales; sin embargo, al día de hoy nos acordamos de ellos, mientras que sus enemigos quedaron en el olvido. Si algún predicador desea ser recordado y famoso, debe ser una zarza que arde con el fuego de Dios.
El Fuego le pone fin a las Contiendas
Las lenguas repartidas le pusieron fin a las contiendas. Mientras estaban sirviendo a Jesús, los discípulos se pelearon para ver quién iba a ser el más grande entre ellos. Sin embargo, después de Pentecostés, leemos que “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas… y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón…” (Hechos 2:42-47).
Aunque el fuego había sido dividido en muchas llamas, cada una de ellas representaba el fuego de Dios. Los discípulos no necesitaban dos llamas para duplicar el poder de Dios. Las llamas repartidas crearon una nueva raza de hombres. Ellos no eran clones, sino una raza nueva, una gente nueva. Una sola llama representaba la totalidad del fuego de Dios. La llama de Andrés brillaba con un color distinto a la de Santiago. Juan se convirtió en una llama ardiente y Tomás en una llama radiante. ¡Ellos era personas resplandecientes! Las personas que han vivido con el fuego eterno no toleran el fuego que arde lentamente. Los discípulos recibieron su llamado cuando no eran otra cosa que mechas apagadas, pero el amor de Cristo los encendió. Ellos eran como velas que habían estado dentro de una caja, tiradas en una esquina – y las sacaron, las prendieron, e iluminaron al mundo con ellas.
¿Más de Dios?
Nuestro yo verdadero, nuestra verdadera persona, está muerta hasta que el fuego de Dios llega y le imparte vida. Sólo entonces nos convertimos en lo que Dios desea que seamos; personas bendecidas y llenas de su plenitud. Todos hemos sido creados para recibir las mismas bendiciones; aún así, en cada uno de nosotros está representada la plenitud del Espíritu de Dios. ¡Oh la gloriosa plenitud del Espíritu: gozo, fuego y gloria! Estar bautizados en el Espíritu significa que el Espíritu de Dios está en nosotros, y que nosotros estamos en Él. Es algo así como cuando una tela es sumergida en agua para ser teñida; las fibras adquieren las características del pigmento.
Las personas hablan de recibir más de Dios… más del Espíritu Santo. Sin embargo, ¿Será eso posible? Cuando nos sumergimos en el mar, nos mojamos y no hay forma de que podamos “mojarnos más”. Cuando recibimos el Bautismo en el Espíritu, es como si nos sumergiéramos en el Océano Pacífico y el Océano Atlántico del Espíritu. Al sumergirnos, no nos humedecemos con gotas de un cubo de agua de esos que usan los niños a la orilla del mar, sino que nos empapamos. Y esa agua que nos cubre llega hasta la presencia de Dios. Nosotros somos uno en el Espíritu con todos aquellos que se bañan en sus aguas. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13).
El Fuego de la Liberación
La primera vez que Dios se reveló a Sí mismo lo hizo con Moisés, y lo hizo en forma de fuego. Más tarde, el Señor escogió a Moisés para que libertara al pueblo de Israel. “Él convierte a sus siervos en llamas de fuego”; no para exhibirlos sino para asegurar la libertad de los cautivos. Las palabras que Moisés escuchó desde la zarza, fueron palabras de liberación que procedían del Dios de Salvación. Su voz estableció su sentir y su carácter.
De acuerdo con lo que conocemos acerca de Dios, la liberación de las almas es la tarea más importante para Él. Mientras que a Dios le tomó una semana hacer los cielos y la tierra, a Cristo le tomó toda una vida ofrecernos salvación. Para que sus discípulos recibieran el fuego en sus corazones, Cristo tuvo que rasgar los cielos. Por medio del viento, Dios abrió un camino en el Mar Rojo para liberar al pueblo de Israel. Esa misma ráfaga de viento fue la que llegó al Aposento Alto para escoltar a los discípulos en la tarea que el Señor les había encomendado de liberar a las millones de almas que el diablo tenía atadas. La mayor revelación acerca de Jesús es que Él es el Libertador. Dios es demasiado grande como para que lo podamos contemplar en su totalidad. Tenemos suficiente con saber cómo es Él para con este mundo pecaminoso, o sea el Dios de Libertad, el Dios de la Emancipación.
Dios nos muestra quién es Él para que podamos ser transformados. Dios no habla de Sí mismo para ofrecernos información, sino para transformarnos. Su Palabra nos revive, nos forja, y nos moldea a su semejanza. Dios desea que seamos como Él. Cuando Dios transformó los cielos y la tierra, lo hizo por nuestra salvación. Él viene a nosotros, nos toca en los hombros, y nos dice: “Te necesito, ven y ayúdame a desenredar el enredo que el diablo ha hecho”. A como dé lugar, preséntele a las personas el plan de salvación. Ayude a salvar almas. ¡Salvación, salvación! ¡Qué palabra tan grande! ¡Qué invitación!
No se equivoque, si recibimos el fuego de Dios, es para que seamos testigos hasta en los confines de la tierra. El bautismo en el Espíritu no es una golosina espiritual o un caramelo que hemos recibido de un Padre amoroso; sino músculo, fibra y energía espiritual que nos ayudan a prepararnos para hacer la obra de Dios, una obra dedicada a la salvación de las almas. La iglesia no es un club social sino el carruaje resplandeciente de Dios.
La Biblia también es nuestra guía. Dios no dejó un libro para los intelectuales. Por otro lado, el estudio de la Biblia tampoco debe ser un pasatiempo, algo así como aprender otro idioma, o leer algo ameno un domingo en la tarde. El propósito de la Biblia es la liberación de las almas y ayudarnos a cumplir con la encomienda que Él nos dejó. El fuego de Dios es para salvación. ¡Dios es el Dios de la salvación! El objetivo de Pentecostés es que resplandezcamos así como resplandece Dios, para así poder ofrecerle al mundo salvación. Dios no baja del cielo para estimularnos un poco, ofrecernos buenos servicios en las iglesias y enviarnos de vuelta a nuestros hogares contentos. A Dios no le preocupan nuestras emociones, sino la condición de la humanidad. Puede que nosotros reaccionemos emocionalmente ante su presencia, quizás quedemos extasiados, pero esa reacción es un efecto secundario. El propósito principal del Espíritu de Dios al estar entre nosotros es enviarnos al mundo.
Una Ofrenda Generosa
“Y tomará el sacerdote de aquella ofrenda lo que sea para su memorial, y lo hará arder sobre el altar; ofrenda encendida de olor grato a Jehová” (Levítico 2: 9) – palabras como éstas ocurren una y otra vez en el libro de Levítico. Ofrendas de fuego. La pregunta no es qué es lo que le estamos ofreciendo a Dios sino cómo lo estamos haciendo. ¿Estamos deseosos de servirle a Él y de laborar para Él por el placer que sentimos? Si lo que hacemos nos da satisfacción, Dios va a sentirse satisfecho. Cuando usted le da un obsequio a su esposa, siente gozo. Nosotros debemos gozarnos en Dios y dar es parte de ese gozo. Una ofrenda de amor es una ofrenda viva.
Dios no quiere ofrendas frías. Isaías 1:13, dice: “No me traigáis más vana ofrenda…”. ¿Por qué esas ofrendas no tenían valor alguno para Dios? La razón es bien sencilla. Las personas daban sus ofrendas por obligación, para cumplir con los deberes de la ley. No lo hacían de corazón. Para ellos era simplemente un requisito legal y por lo tanto, nunca iban a poder agradar a Dios. Dios deseaba ofrendas de amor, pero esas ofrendas eran ceremonias vacías. Los diezmos debían ser una muestra del amor que había en los corazones de las personas. Diezmar era un privilegio y un gozo.
Dios nunca ha exigido ofrendas. ¿Qué valor tendrían para Él si las personas las dan con temor? Dios deja a nuestra discreción la manera en que lo hemos de hacer. Podemos ofrecerle lo que deseemos, esto es algo que a Él le agrada. Una ofrenda de fuego.
Siempre me sorprendo cuando alguien trata de probar por medio de las Escrituras que existe la ley del diezmo. ¿Una ley? ¿Es así como Dios hace las cosas, ordenándonos que le demos algo a Él? Dios no es un cobrador de impuestos, ni un pordiosero que exige su limosna. Las personas dicen que diezman de acuerdo con la ley de Dios ¿Se puede imaginar a Dios tomando lo que nos ha forzado a darle? ¿Deben los cristianos dar basándose en una compulsión? Si el diezmo sólo fuera un mandato de las Escrituras, ¿qué valor tendría ante los ojos de Dios? Los fariseos ofrendaban así, pero Jesús no tomó en consideración sus dádivas. De acuerdo con 2 Corintios 9:7, “Dios ama al dador alegre”. ¡Yo no sé de nadie que pueda ser un dador alegre si está siendo forzado a hacerlo!
Diezmar, ofrendar, son oportunidades de demostrar nuestro amor, formas de adorar a Dios, un compromiso amoroso y no un requisito legal. ¿Es acaso el diezmo el único método de ofrendar de los cristianos? ¿Ofreciendo dádivas de manera calculada y medida? Esto es algo que no ocurre en el Nuevo Testamento – imposible después de haber visto las cosas que Dios y Cristo nos dieron. El Señor desea una ofrenda generosa – el resultado de un corazón que arde con el fuego del Señor. Una ofrenda generosa, no calculada. Usted puede dar el diezmo o cualquier otra cosa que desee, pero asegúrese que sea una ofrenda de fuego.
Una Última Palabra
Juan el Bautista dijo que “el que habría de venir” bautizaría en el Espíritu Santo y fuego. Ése fue su mensaje clave y la forma en que habríamos de identificar al Cristo. Sin embargo, curiosamente, Jesús no bautizó a nadie en fuego mientras estuvo en la tierra. Por lo tanto, Juan quizás estuvo justificado en preguntarle si Jesús era aquél que él había estado esperando, al ver que Jesús no había cumplido la promesa de bautizar en fuego. En Lucas 7:23, Jesús dijo: “bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí”. Esta profecía no estaba destinada a cumplirse durante la corta estadía de Cristo en la tierra. El cumplimiento de la misma comenzó el Día de Pentecostés, cuando las lenguas de fuego fueron repartidas.
Fíjese cuidadosamente que la profecía de Juan anunciaba la característica que distinguiría al Cristo: Fuego. En el Día de Pentecostés cayó fuego. Ése fue el cumplimiento de la profecía. Pero, ¿Era eso todo? ¿Era el fuego solamente para aquellos 120? ¿Acaso terminó todo aquel día? ¿Acaso ellos necesitaban ser envestidos de poder pero nosotros no? ¿Fueron ellos los escogidos y nunca nadie más recibiría ese maravillo don? ¿En qué forma cumpliría eso la profecía de Juan? Y ¿cómo se cumplirían muchas otras profecías acerca de la futura invasión del Espíritu en este mundo?
Sólo existe un verdadero cumplimiento: que Dios derrame su Espíritu sobre toda carne. Saturándonos con la lluvia temprana y la tardía, la lluvia dorada del fuego del cielo.
¡Dejemos que los fuegos ardan! ¡Dejemos que las iglesias ardan en fuego!
Dejemos que las personas sean como las zorras de Sansón llevando antorchas al territorio del enemigo. ¡Dejemos que la gloria de Dios torne en cenizas esos lugares oscuros!