Ministerio Evangelistico Shekinah
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)
A través de gran parte de la historia, el Espíritu Santo no ha sido mucho más que un nombre. Sin embargo, el Espíritu Santo es mucho más que eso, el Espíritu Santo es Dios operando en la tierra.
Durante siglos, las personas pensaban que el “Espíritu Santo” era sólo eso, un espíritu. Una cierta fragancia religiosa o atmósfera que se encontraba en las iglesias góticas. A la Majestad del Todopoderoso, la Tercera persona de la Trinidad, sólo se le conocía como una atmósfera misteriosa. ¡Qué reducción de estatus tan grande!
Cuándo y Dónde
Para poder hablar del Espíritu Santo, primero tenemos que identificarlo. Él es el poder de Pentecostés. Él fue quien comenzó la iglesia cristiana en el año 29 DC durante el festival judío del Día de Pentecostés que se celebró 50 días después de la crucifixión de Cristo. Esa mañana, el Espíritu de Dios llegó al mundo con un estallido; no como una dulce influencia, sino como un huracán. Él anunció su llegada con el milagro que ocurrió cuando 120 discípulos hablaron en otras lenguas. Ese alborotoso estallido captó la atención de la primera congregación cristiana.
El Espíritu Santo no vino solamente para manifestar cosas maravillosas ni para ofrecer una experiencia única que las personas pudiesen recordar cuando envejecieran. En aquel día, los discípulos fueron envestidos de poder. Ellos dejaron a un lado la timidez y desafiaron al mundo. Durante miles de años, no importando dónde uno mirara, los hombres vivían rodeados de supersticiones y tradiciones. En el año 29 DC aquellas personas que vivían en un lugar oscuro del mundo, se volvieron más grandes que la vida misma; dispuestas a desafiar al diablo, al mundo y hasta la historia misma.
Esta era la nueva forma de vida que Cristo había prometido. Él subió al Padre y envió la evidencia de que así había sido: el Espíritu Santo. Cristo le dio al mundo evidencia física de que estaba sentado a la diestra del trono celestial. Los discípulos vivieron algo nunca antes visto en la tierra.
A pesar de tales experiencias tangibles, a medida en que el tiempo pasó, las experiencias que los apóstoles vivieron se fueron olvidando y el Espíritu Santo se convirtió en una presencia lejana. Aunque con el tiempo, se escribió una gran oración acerca de Jesús y sus obras: el Credo de los Apóstoles. Ese credo, que ha sido recitado unos cincuenta mil domingos por millones de cristianos, a penas menciona al Espíritu Santo – “Yo creo en el Espíritu Santo…”. No sabemos quién escribió el credo pero una cosa es cierta, no fueron los apóstoles. Quienquiera que haya sido, no conocía al Espíritu Santo ni su influencia en las vidas de los primeros discípulos.
El Dr. Arthur Headlam, ex-Obispo de Gloucester, dijo en su comentario bíblico que no estaba claro cuáles eran los dones del Espíritu Santo que habían sido manifestados en la época de los primeros cristianos. Sin embargo, en Gálatas 5:25, Pablo habló como si la experiencia del Espíritu Santo fuera una parte normal del diario vivir: “si vivimos por el Espíritu…”. El gran traductor bíblico J.B.Lightfoot, conocía poco acerca del Espíritu cuando dijo que vivir por el Espíritu era “un ideal en lugar de una vida”. Ese parecía ser el punto de vista aceptado a fines del siglo 19. La realidad del Espíritu Santo se había desaparecido.
El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad obrando aquí en la tierra. Todo lo que Dios hace aquí, fuera del cielo, lo hace por medio del Espíritu. Todas las experiencias de los creyentes, el perdón, la contestación a nuestras oraciones, la seguridad, el gozo, la sanidad y las señales son obra de Dios por medio del Espíritu Santo. Hoy día, Dios está obrando a nuestro alrededor a través del Espíritu Santo. El Nuevo Testamento nos muestra quién es el Espíritu. El libro de los Hechos de los Apóstoles, en su totalidad, ha sido llamado: “Los Hechos del Espíritu Santo”.
Una de las verdades bíblica más importante es que Dios se da a conocer a sí mismo por medio de hechos y no por palabras. El Espíritu Santo es acción. Él es el viento celestial que siempre se está moviendo. Si conocemos al Espíritu, conocemos a Dios. Todos podemos conocer al Espíritu del mismo modo en que conocemos a Jesús.
El Espíritu Santo es la maravillosa ayuda que Jesús nos prometió. Antes del Día de Pentecostés, el Espíritu no era muy conocido. Los discípulos necesitaban descubrir ese nuevo poder. El libro de los Hechos cuenta la historia de sus experiencias. Los discípulos habían sido enviados por Jesús para realizar una labor que parecía imposible: llevar el Evangelio al mundo y luz a la oscuridad. Sin embargo, a pesar de que ellos eran sólo pescadores y campesinos, el Espíritu Santo los convirtió en gigantes espirituales que aún son reconocidos unos 2000 años más tarde. El Espíritu Santo es el Dios de Pentecostés. El Espíritu de acción, poder, amor, fortaleza y milagros.
El Espíritu Santo no vino al mundo para establecer una atmósfera acogedora en las iglesias. Nosotros no podemos seducir al Espíritu tratando de crear una atmósfera correcta, independientemente de si es una atmósfera callada y tranquila o alborotosa y exuberante. El Espíritu no necesita ser atraído, invocado, persuadido o seducido. Él no es un invitado renuente o indiferente, sino que de su propia voluntad y deseo, llega y habita en medio nuestro.
Los apóstoles no oraron para recibir al Espíritu. Sin embargo, él llegó e invadió aquel aposento alto. Cualquier tipo de atmósfera que ellos hubiesen creado, desapareció al ser invadida por el “viento recio” (Hechos 2:2). El Espíritu es la atmósfera del cielo, y el cielo desciende junto con él. Él es el pneuma, el viento del cielo soplando en medio de nuestras tradiciones y nuestra pasividad. Puede que cantemos “Espíritu Santo bienvenido a este lugar”, pero él no viene en respuesta a nuestras alabanzas. Él no es un visitante ni un extraño que sólo ha sido invitado por una o dos horas. Él es el Señor de los cielos y es él quien nos invita a entrar en su presencia. Donde hay fe y se predica la Palabra, allí está el Espíritu de Dios.
Un Evangelio Sobrenatural
El Espíritu no escoge a los hombres fuertes y aptos, aunque tampoco los ignora. Su propósito es fortalecer a los débiles y a los necesitados, a aquellos que no piensan mucho de sí mismos. La debilidad de estas personas atrae el poder del Espíritu. Ese poder absoluto y vivificante. El Espíritu fue enviado a todos; a los mejores y los peores de nosotros. Esa fue la promesa del Padre enviada por el Hijo. ¡Qué regalo!
Leemos con gozo y asombro cómo era el Espíritu en los tiempos bíblicos. Ese es el mismo Espíritu del que estamos hablando aquí. Él es el Espíritu eterno. No existe diferencia entre antes y ahora. De hecho, los días del Antiguo Testamento no fueron sus mejores días. Él es el Espíritu del Nuevo Testamento. Él es la esencia de la fe cristiana que llega a nosotros por medio del Evangelio. Sin él, no existiría el cristianismo. Él no es un accesorio, sino la esencia misma de nuestra fe. Él es Dios en la tierra, habitando con poder y saturando cada una de nuestras experiencias. En otras palabras, el cristianismo es una fe sobrenatural. Un Evangelio que no es sobrenatural es sólo un Evangelio en apariencia.
Nosotros Necesitamos al Espíritu Santo
El Nuevo Testamento no contiene ni una sola palabra que sugiera que el Espíritu se alejaría o cambiaría. Somos nosotros quienes contristamos o afligimos al Espíritu. Él ni se aparta de nosotros ni nos deja solos. En el Salmo 51:11, David dijo: “no quites de mí tu santo espíritu”. David dijo esas palabras unos mil años antes de que el Espíritu habitara entre nosotros. Nuestra falta de fe y algunas de las cosas que hacemos, entristecen al Espíritu. Sin embargo, si él no habitara entre nosotros, no podríamos entristecerlo ni afligirlo. El mundo no tiene el “extraño” privilegio de afligirlo o entristecerlo, sólo los creyentes lo pueden hacer.
La obra más importante del Espíritu Santo es la salvación. Su prioridad no son los cristianos que están preocupados por los escrúpulos y los detalles de la santidad y la espiritualidad. Cualquier virtud que tengamos desaparece ante el poder de su santa presencia.
Los apóstoles necesitaban al Espíritu y nosotros lo necesitamos más que ellos. En los tiempos bíblicos, el mundo tenía 300 millones de habitantes, todos sin conocimientos del Evangelio. Hoy en día, el mundo tiene casi siete mil millones de habitantes y muchos de ellos han sido evangelizados. Nosotros tenemos que hacer lo que hicieron los apóstoles. Si lo hacemos, Dios nos va a dar lo mismo que les dio a ellos.
Posibilidades Ilimitadas
El libro de los Hechos de los Apóstoles no muestra la manifestación máxima del poder del Espíritu Santo, sino solamente lo que los primeros discípulos hicieron por medio del él. La Biblia no dice en ningún lugar que eso era lo máximo que se podría lograr. Para Dios no existen límites. Los primeros cristianos no son nuestros modelos a imitar. Sus historias son sólo una muestra inicial de las posibilidades del poder del Espíritu Santo. El Espíritu Santo está a nuestra disposición. En Efesios 1:18-20, Pablo dijo: “que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa. Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales…”.
El Poder de Dios
Los cristianos no fueron creados para pelear contra el mundo o contra el diablo, con sus propios recursos – no importando si vivieron en le siglo I o en el XXI. Romanos 1:16 dice que el Evangelio es el “poder de Dios” – por medio del Espíritu Santo. Sin embargo, eso no es posible si lo ignoramos. ¿Cuántas de las predicaciones de hoy día suenan como si el predicador hubiese acabado de salir del aposento alto junto con los apóstoles? ¿Cuántas suenan como si el Evangelio fuera realmente el poder de Dios? Los predicadores que les hablan a sus congregaciones como si fueran doctores en una clínica (con indiferencia), no le dan al Espíritu Santo una oportunidad. Los cristianos no pueden cumplir su misión sin la unción del Espíritu y lo sabemos. Efesios 5:18 dice, “sed llenos del Espíritu”. Ser guiados por una meta es parte del proceso, pero ser dirigidos por el Espíritu es la base del Nuevo Testamento. El Espíritu es la inspiración y la fuerza que nos motiva.El medio millón de palabras del Antiguo Testamento son un tratado de Dios acerca del Espíritu Santo. Por medio de sus páginas, Dios nos muestra cómo naciones enteras caminan por el camino que conduce a la tragedia si ignoran al Espíritu de Dios. En el Antiguo Testamento, el Espíritu sólo tocó a una que otra persona en Israel. De ahí en fuera, la nación iba camino a un abismo. Sin embargo, cuando el Espíritu llegó todo cambió. El Evangelio se convirtió en un Evangelio sobrenatural con resultados revolucionarios.
Aunque inicialmente la fe cristiana fue propagada, al pasar del tiempo, se tornó en una fe débil y secular. Su historia sugiere que la iglesia no pudo entender el poder del Espíritu. El Espíritu ha estado siempre obrando ya que Él no descansa. Puede que en el pasado a él no le hayan dado mucho reconocimiento, pero él se encontraba actuando contra la corriente de corrupción que existía en la iglesia. Durante muchos años, la iglesia ha estado envuelta en intrigas, políticas, doctrinas erróneas, contiendas destructivas, debates sobre temas que no tienen nada que ver con la iglesia y ajena a la realidad del Espíritu Santo.
Para nosotros es imprescindible conocer quién es el Espíritu Santo y lo que Jesús dijo acerca de él con relación al secreto del poder del Evangelio. Nosotros no tenemos que estar batallando y sudando para recibir al Espíritu, sólo tenemos que dejar que él venga a nosotros. No somos nosotros los que hacemos que el Espíritu sea eficiente. Nosotros no podemos generar el poder del Espíritu Santo con nuestras oraciones, sudor, agonía, tiempo, esfuerzo, buenas obras, o cualquier otra cosa. El Padre nos da al Espíritu como un regalo, no como una recompensa ni como una forma de pago o como algo que nos hayamos ganado. Si nosotros nos pudiésemos convertir en personas tan buenas que mereciéramos al Espíritu Santo, no lo necesitaríamos.
Al igual que Eliseo, nosotros hemos sido llamados a recoger el manto de Elías. Sin embargo, nuestro Elías es Cristo Jesús. Nosotros no tenemos que preguntarnos: “¿Dónde está el Dios de Elías?, (2 Reyes 2:14), sino ¿Dónde está el Dios de nuestro Señor Jesucristo?” UNO más grande que Elías vino al mundo.
Rodrigo Rojas Garzon
EVANGELISTA