Ministerio Evangelistico Shekinah
¡Ahora veras si mi palabra se cumple o no.! (Números 11:23)
Reinhard Bonnke martes, 02 de enero de 2007
En los comienzos de mi ministerio, yo fui asignado a dirigir una obra misionera en Lesoto, África. La obra había sido establecida y estaba creciendo en más de una dirección. Yo había alquilado una oficina y tenía 50,000 estudiantes matriculados en un curso bíblico. Sin embargo, un día, no pude pagar el alquiler de la oficina (apenas unos cuantos dólares) porque no tenía dinero. Así que mientras caminaba por una calle congestionada, comencé a orar por el dinero de la renta. Fue entonces cuando escuché la voz del Señor susurrándome al oído: “¿Quieres un millón de dólares?” ¡Qué maravilla! ¡Cuántas cosas podía hacer con un millón de dólares!
Hoy día, al mirar atrás, me doy cuenta de que aquel momento fue un momento decisivo en mi vida. Yo estaba encargado de administrar un sinnúmero de actividades y sin embargo, ahora había que pagar la renta y no tenía dinero. ¿A quién podría acudir? Yo sólo conocía una fuente: el Señor.
Yo no le iba a pedir un millón de dólares. ¡Eso era algo ridículo! Cincuenta eran suficientes. No obstante, la oferta que Dios me había hecho, había causado un impacto en mi alma. Dios me podía dar un millón de dólares, Él me lo había afirmado, y con esa cantidad de dinero, yo podía continuar Su obra.
Un Momento Decisivo
¡La oferta de Dios era tentadora! Sin embargo, de pronto, yo sabía lo que debía hacer. No era sólo el dinero de la renta lo que yo quería. Yo quería mucho, mucho más que eso. Yo quería almas - ¡un millón de ellas! Dios me había puesto a prueba; me había puesto en un aprieto. Fue como si Él me hubiese dicho: “Si es dinero lo que quieres, yo te lo puedo dar pero, ¿es eso lo que verdaderamente deseas?
¡En aquel momento, comencé a pensar como Dios piensa! Él es el único Salvador. No existe otro como Él. La Salvación es la más importante de sus obras. Él envió su poder a la tierra por medio del Espíritu Santo para la salvación de las almas. Y la salvación de las almas es su mayor deseo.
Aquel fue un momento decisivo para mí. Yo di un paso al frente y me paré junto a Dios. Él estaba en este mundo como Salvador. Yo deseaba estar junto a Él más de lo que deseaba cualquier profesión o logro. Dios me había puesto a prueba. “¿Qué piensas tú?” Yo sabía como Él pensaba. Sin embargo, ¿Podría yo pensar con Él y como Él? ¿Podría dejar de pensar en cómo ahorrar dinero y pensar en la salvación de hombres y mujeres; pensar en cómo transformar sus vidas sin esperanzas y su oscura y vacía eternidad?
El Poder de Dios
Los principios de mercadeo pueden ser útiles para los negocios, pero la Palabra de Dios es superior a ellos. La predicación del Evangelio no puede ser sustituida por estadísticas ni por promedios. La iglesia es la empresa de Dios. Él es el líder y desea que se maneje a Su manera. Él nos ha dado suficientes instrucciones al respecto.
El libro, Crecimiento de la Iglesia, que se utiliza en una escuela bíblica, habla de las estadísticas que las iglesias anticipan. Este libro toma en consideración el número de personas que viven cerca de la iglesia o en el pueblo, y en base a eso, proyecta la posible asistencia. El libro muestra cómo establecer objetivos, y cómo adaptar el mensaje a los diferentes tipos de personas. Este libro calcula el éxito en base a experiencias pasadas y a estudios de mercadeo. En otras palabras, invierta cierta cantidad de dinero, y alcance cierta cantidad de personas. Estas son buenas tácticas de mercadeo; sin embargo, la fe no forma parte de ellas.
El Evangelio no es un objeto que deba ser comercializado como los alimentos empacados o los detergentes. El Evangelio es el poder de Dios en la tierra. Sus efectos son incalculables. Predíquelo. “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos…”. Dios no tiene objetivos, límites, ni promedios.
Nosotros no podemos medir los resultados de nuestra labor en cifras, ni en experiencias pasadas. Durante el tiempo que yo estuve de misionero en Lesoto, África, lo normal era que se salvara un alma al año, o quizás al mes; además, tenía que viajar medio día para predicar en un servicio de cinco personas. Aún así, yo continúe adelante porque escuchaba las siguientes palabras en mi mente: “¡Toda África! ¡Toda África puede ser salva! Esta África bañada en sangre puede ser lavada en la sangre de Jesús”. Al día de hoy, en nuestras campañas, 40 millones de personas han registrado sus nombres y direcciones en respuesta al llamado de salvación.
De acuerdo con los cálculos del libro Crecimiento de la Iglesia y otros factores científicos, los primeros discípulos no tenían chance alguno de predicar el Evangelio. Sin embargo, aunque ellos eran como ovejas en medio de lobos, Cristo los envistió con un nuevo poder. Ese poder debe ser tomado en consideración. Es el factor X, incalculable, con resultados que van más allá de las expectativas y estadísticas normales. Yo me refiero a él como el nuevo poder triunfador; el único que ha existido para cambiar el mundo – el Espíritu Santo.
Cristo es el Salvador de todos los seres humanos, especialmente de aquellos que creen. Juan 3:17 dice: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Así es como piensa Dios, y así es como debemos pensar nosotros. ¡Dios es maravilloso! Él nunca pierde, y nadie puede tener mejores pensamientos que Él. Todo lo que Él piensa lo convierte en realidad. Él vino a salvar al mundo, es por eso que el mundo puede ser salvo. América puede ser bañada en la sangre de Cristo; Europa puede ser bañada en la sangre de Cristo; sí, los cinco continentes pueden ser bañados en la preciosa sangre de Cristo. Dios es el Dios de toda la tierra. ¡Dejemos que las naciones se regocijen!
Cada rodilla se doblará – ese es nuestro objetivo. Nuestro poder es el Espíritu Santo y nuestra espada es la Palabra de Dios. El Salmo 2:8 dice: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra”. Esa es la promesa de Dios a su Hijo, y eso significa que es para todos nosotros también, porque nosotros somos sus herederos.
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