jueves, 5 de julio de 2007

Palabras de vida

Ministerio Evangelistico Shekinah
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)


«El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13)

¿Cómo vivir esta Palabra de vida? Escuchando aquella “voz” que habla en nosotros, siendo dóciles al Espíritu Santo que guía, exhorta e impulsa.

“El cristiano -explica Chiara Lubich- debe caminar por impulso del Espíritu, para que el Espíritu pueda actuar en su corazón con su potencia creadora y lo lleve a la santificación, a la divinización y a la resurrección.”

Para oír mejor esa “voz”, como si estuviera amplificada, Chiara invita a vivir en unidad entre nosotros, y así aprender a escuchar la voz del Espíritu, no sólo dentro de nosotros, “sino también la que tiene cuando está presente entre nosotros unidos en el Resucitado”.

Cuando Jesús está entre nosotros, el Espíritu “perfecciona en cada uno de nosotros la escucha de su voz. La voz del Espíritu, precisamente por Jesús entre nosotros, es como un altavoz de su voz en nosotros.

“Siempre nos ha parecido que el mejor modo de amar al Espíritu Santo, de honrarlo y tenerlo presente en nuestro corazón es precisamente el de escuchar su voz, que puede iluminarnos en todos los momentos de la vida (…) Y hemos comprobado con grandísima sorpresa que, escuchando “esa” voz, se camina hacia la perfección: los defectos poco a poco desaparecen y las virtudes se ponen de relieve



«Bendito el hombre que confía en el Señor» (Jer 17, 7)

Es la manera más inteligente de vivir: poner la propia vida en las manos de Quien nos la dio. Podemos fiarnos de Él ciegamente suceda lo que suceda: Él es Amor y quiere nuestro bien.

El profeta Jeremías, al proclamar esta “bendición”, se refiere a una imagen de tradición bíblica: un árbol plantado a la orilla de un caudaloso riachuelo. No tiene miedo de la estación calurosa: sus raíces están bien alimentadas, las hojas siempre están verdes y es fecundo en frutos.

Al contrario, quien pone su esperanza fuera de Dios –puede ser en el poder, la riqueza, las amistades con influencia– se lo compara a un arbusto en terreno árido, salobre, que trata de crecer pero no da fruto.«Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla…» (St 1,22)

Se siente aquí el eco de la enseñanza de Jesús que declara bienaventurado al que, habiendo escuchado la Palabra de Dios, la observa[2] y reconoce como madre y hermanos suyos a aquellos que la escuchan y la ponen en práctica[3].

Volviendo a tomar una imagen de Jesús, Santiago la compara a una semilla depositada en nuestro corazón. Tiene que ser escuchada “con docilidad”; pero no basta acogerla, escucharla. Del mismo modo que la semilla está destinada a dar fruto, así la Palabra de Dios debe traducirse en vida.

Lo había explicado Jesús en la parábola de los dos hijos. “Sí”, había contestado el primero a su padre que le pedía que fuera a trabajar al campo pero no fue. “No tengo ganas”, había contestado el otro que, en cambio, obedeció al padre, mostrando con hechos qué quiere decir escuchar verdaderamente la Palabra[4].

El que escucha bien la Palabra, afirma Jesús al término del “sermón de la montaña” es el que la pone en práctica, dando consistencia a su vida como a una casa edificada sobre roca.

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