Ministerio Evangelistico Shekinah
¡Ahora veras si mi palabra se cumple o no.! (Números 11:23)
¿Un Fuego Nuevo?
El fuego de Dios está atado a Su voluntad. Ahora bien, ¿qué entendemos por “la voluntad de Dios”? ¿Significa acaso que Dios simplemente decide hacer una cosa u otra? Muchas personas creen que es así. Ellos se imaginan a Dios como un líder impersonal que realiza sus rutinas diarias; como un ingeniero Divino que dirige y controla todo el universo. Para muchas personas, la voluntad de Dios está vinculada al tiempo y a la eternidad, pero no a ellos. Estas personas creen que los planes y los intereses de Dios están a un nivel muy por encima de ellos. Ellos se imaginan a Dios administrando la Creación como si fuera un gerente sentado tras un inmenso escritorio celestial, sin tener tiempo alguno para los pequeños detalles.
La primera vez que Dios se reveló a Sí mismo, lo hizo con Moisés en medio de una zarza que ardía pero no se consumía. Abraham, Isaac y Jacob conocieron a Dios, pero no de una manera muy personal. Para ellos, Él era el Dios Altísimo que les hablaba pero guardaba cierta distancia. Cuando Dios le reveló su verdadera identidad a Moisés; Moisés descubrió que Dios que se preocupa por las personas y que es un Dios de fuego y sentimientos.
El rol de Dios como Salvador de la humanidad y su naturaleza de fuego consumidor no se pueden separar. La primera vez que Dios se reveló como fuego fue también la primera vez que reveló su plan de salvación. Dios estaba a punto de demostrarle a los seres humanos, en gran escala, Su poder de salvación sacando a cada uno de los esclavos de Egipto. Sus fuegos de liberación quemarían cada uno de los obstáculos que los israelitas habrían de encontrar en el camino.
A través de todos los tiempos, este ha sido el mensaje que Dios les ha revelado a sus siervos. Durante siglos, Dios le dijo a Israel que Él era la esperanza de su salvación: “Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador…” (Isaías 43:3). No era necesario buscar en ningún otro lugar: “Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43:11). Las páginas de la Biblia repican, “He venido a salvar”. ¡Las campanas de Dios proclaman libertad y el final del cautiverio, la esclavitud y la derrota!
Dios no vino a la tierra para darnos parte de su sabiduría, ni para imponer una serie de reglas, ni ideologías. Él vino a manera de fuego y no como un pensamiento moderado, ni como una filosofía o una teoría refinada lentamente a través de los años. Él vino ardiendo de pasión, decidido a intervenir de forma activa en los asuntos de los seres humanos para libertarlos – en una escala nunca antes imaginada. Los esclavos de Egipto no tenían idea de la dimensión de lo que Dios iba a hacer por ellos.
Dios quiso que el mundo supiera quién era Él. Él no sacó a los israelitas de Egipto gateando ni corriendo rápidamente como si fueran sombras en la noche. Él los sacó de forma majestuosa para que nadie pudiese olvidarlo. El Dios de la zarza fue más listo que el hombre más poderoso sobre la tierra en aquella época: Faraón, el rey de Egipto quien contaba con un gran número de ejércitos, guerreros y esgrimistas todos equipados con un amplio surtido de armas.
Dios levantó su mano sobre todo lo que los egipcios adoraban. Él cubrió el país de oscuridad para que no pudiesen ver las estrellas. Convirtió el río Nilo, su gran dios, en sangre. Llenó sus hogares de escarabajos, los cuales estaban supuestos a traerles suerte. El Dios de fuego pasó rápidamente por el país dejando a su paso relámpagos y granizo, y destruyendo sus cultivos. Cuando Faraón se atrevió a desafiar a Dios, Dios enrolló el mar y levantó una ola que cubrió los ejércitos que perseguían a los israelitas. Aquellos desafortunados soldados no fueron vistos nunca más.
Ese es el Dios de la zarza ardiente, el Dios de fuego y pasión que se llena de ira ante la presencia de la maldad y la opresión. El Dios que abomina todo tipo de opresión, sea política o nacional, que aflige a sus criaturas; y a las malicias que ayudan a ejercer poder sobre las vidas de las personas. El fuego de Dios se ensaña contra el cautiverio del pecado, el engaño, la ignorancia, la superstición, y todo aquello que es diabólico y que ata a los hombres y a las mujeres a la tiranía y al miedo. En tres ocasiones diferentes leemos en la Biblia: “El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (2 Reyes 19:31, Isaías 9:7, 37:32).
El Dios de aquellos tiempos es el mismo Dios de hoy. Cuando Dios le reveló a Moisés sus planes para liberar a los israelitas de Egipto, le dijo: “Yo haré” cuatro veces. De hecho, “Yo haré” es una frase que se repite un gran número de veces en el libro del Éxodo. Nadie puede detener a Dios cuando Él decide que va a hacer algo.
Cuando Dios hizo el pacto con Abraham, Abraham le ofreció un sacrificio de animales de acuerdo a sus costumbres. Génesis 15:9-17 dice que Dios pasó entre los animales divididos como una “antorcha de fuego” declarando lo que Él iba a hacer. Ese pacto fue un pacto unilateral, que dependía únicamente de Dios y por lo tanto, los hombres no pueden hacer nada para invalidarlo. Ese pacto fue un pacto inquebrantable, hecho por Dios y sellado por el fuego.
Volviendo a Moisés y al plan de Dios para el pueblo de Israel que estaba en cautiverio en Egipto, en Éxodo 3:19-20 Dios le dijo a Moisés: “Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte. Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir”. ¡Dios ignoró el rechazo de Faraón! Es sumamente importante considerar de quién es la voluntad y no cuál es la voluntad. Dios nunca titubea, Él hace lo que dice que hará.
La Biblia nos presenta una imagen de Dios tal y como Él es. Ninguna otra imagen es verdadera. Dios no es sólo una fuerza detrás del mundo ni un increíble poder que esparce majestad sobre todas las cosas, sin tomar en consideración las preocupaciones de los seres humanos. Aunque el pacto de Dios con Abraham fue una declaración unilateral de sus propósitos, ese pacto fue hecho en presencia de un hombre y por el beneficio de aquellos a quienes el pacto aplicaba.
La voluntad de Dios es el deseo de Dios. En el diario vivir, “Yo haré” puede implicar decisiones, propósitos o intenciones. Sin embargo, en las Escrituras esas dos palabras implican poder y dinamismo ya que están investidas del fuego y la pasión de Dios. Estas palabras representan una convicción personal de que lo que ha sido proclamado se cumplirá. Sin embargo, Dios no es un déspota. Él no está obsesionado en realizar su voluntad. Él obra por el bienestar de la humanidad. Esto se hace evidente en la frase: “Y la gracia del que habitó” (Deuteronomio 33:16). La palabra “gracia” significa “deleite”, “deseo” o “favor”. Esa es la razón por la cual la voluntad de Dios para nosotros es descrita en Romanos 12:2 como “agradable y perfecta”.
Las Escrituras encierran los consejos, la voluntad y los deseos de Dios. Cuando el apóstol Pablo se despidió de sus amigos en Éfeso les dijo: “porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27). Las llamas de la presencia de Dios en la zarza convirtieron aquel lugar en un lugar demasiado sagrado para que Moisés lo pisara con sus sandalias. Aquella zarza ardía con la buena voluntad de Dios. El fuego que ardía en aquella zarza es el mismo fuego que arde hoy día en las páginas de la Biblia. La Biblia no es un libro de buenos consejos y moral, ni un libro de texto que nos enseña cómo vivir. La Biblia es un libro que arde con la voluntad agradable y perfecta de Dios por la humanidad.
Al leer la Biblia, Dios nos revela sus múltiples características desde las primeras páginas. El libro de Génesis nos habla de la creación y de los tratos de Dios con media docena de personas. Sin embargo, cuando Dios le habló a Moisés, utilizó una forma nueva para demostrarle a los seres humanos quién era Él. Dios le reveló a Moisés cuál era su nombre y su identidad. Esta era una forma de Dios acercarse a los hombres como nunca antes lo había hecho.
Además, Dios también le mostró a Moisés una nueva revelación acerca de un aspecto fundamental de su carácter el cual no ha cambiado a través de los siglos. De acuerdo a Éxodo 3:8, mientras las llamas de la zarza iluminaban la cara de Moisés, Dios le dijo: “he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel…”.
Así es como podemos conocer a Dios hoy y por siempre: como el Libertador y el Emancipador. Algunas personas quieren venir a Dios como el Creador inventando su propio método para acercarse a Él, pero eso nunca va a funcionar. Dios se nos reveló a Sí mismo como el Dios Libertador y así es como lo podemos conocer. Cuando Jesús vino a la tierra, fue con una misión específica. A José, su padre adoptivo, se le dijo: “y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).
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