Ministerio Evangelistico Shekinah
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)
Los apóstoles fueron acusados de haber cambiado las costumbres antiguas (vea Hechos 21:21); y a decir verdad, esa era su intención. Fue una misión peligrosa. Los apóstoles tenían que mover la montaña – la montaña de tradiciones y actitudes, que en un periodo de más de mil años, se habían convertido en las leyes de la nación. De hecho, la propagación del Evangelio hizo mucho más que cambiar las costumbres y la forma de vivir de las personas. Los discípulos cambiaron por completo la forma de pensar de los hombres y mujeres de aquella época para así poder alcanzar sus corazones, sus almas y sus mentes. Doce hombres con muy poca educación. ¡Imagínese eso!
Nuestra Misión no es hacer que el Evangelio se adapte al mundo
Nosotros le predicamos el Evangelio al mundo en su propio idioma. El concepto de predicar la Palabra implica que ésta debe ser interpretada para que los oyentes modernos la puedan entender. Según la opinión liberal antigua, el Evangelio debía ser adaptado a los criterios del mundo para que el mundo lo aceptara. O sea que si el mundo ya no creía en lo sobrenatural, la solución era predicar un Evangelio carente de cosas sobrenaturales. Este punto de vista, contradecía el mensaje cristiano. ¡Nosotros no podemos comprometer lo que dicen las Escrituras! Para cambiar al mundo debemos ser diferentes al mundo. Debemos desafiar su forma de pensar. Si las personas no creen, nosotros no tenemos por qué ajustamos a su incredulidad.
Los apóstoles predicaron a Cristo y a Éste crucificado. Nada pudo haber estado mejor calculado que esto para asegurar el fracaso de su misión. La crucifixión estaba reservada para los criminales más bajos, para lo peor de lo peor. Bastaba con poner a un hombre en la cruz para que todos se burlaran de él. De ninguna manera, el Jesús crucificado era la figura ideal para que los judíos o los cristianos se identificaran con Él. Cristo fue “despreciado y desechado” (Isaías 53:3). Ése fue el Jesús que los apóstoles predicaron. Y por medio de esa predicación, ellos conquistaron al mundo.
Jeremías conoció muchos profetas que profetizaban cosas color de rosa, cosas que las personas deseaban escuchar, y fue por esto que él dijo: “Ay de los pastores…” (Jeremías 23:1-31). Las personas que rehúsan enfrentar la realidad aprenden a las malas. Jesús es el Jesús de la Biblia. Nosotros no lo podemos moldear de acuerdo a los ideales del mundo.
Juan el Bautista, también, se dio cuenta de que el Cristo era diferente a las ideas populares que Israel tenía del Mesías; pero Jesús no se ajustó a las ideas de ellos. A Jesús no le importó decepcionar ni a Juan, ni a su propia familia, ni a las demás personas. Jesús era quien Él era y su mensaje para Juan fue el siguiente: “bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:6). Nosotros no hemos sido llamados a ser ni moldeadores ni creadores del evangelio. Pablo dijo que Dios lo había puesto a cargo del Evangelio; él era su guardián, no su creador. Nosotros sólo somos administradores de la verdad, y es necesario que el administrador sea hallado fiel (vea: 1 Corintios 4:2). El Cristo imaginario que ha sido creado en base a las opiniones populares no nos puede salvar.
El Evangelio abolió la religión y dio a conocer a Jesús
El mundo había conocido conquistadores que invadieron tierras extranjeras para despojar y matar a sus enemigos, dejando escombros en muchos lugares. Otros conquistaron con la intención de forzar a los habitantes nativos a que adoptaran nuevos hábitos y creencias. Pero nunca antes, persona alguna había viajado a otras tierras arriesgando su vida para amar a otras personas, para sanarlas, bendecirlas y sacarlas de su confusión.
Cuando Pablo predicó en Atenas las personas dijeron: “Parece que es predicador de nuevos dioses…” (Hechos 17:18). Pero los apóstoles no les sugirieron a los griegos que simplemente cambiaran sus dioses; es decir, que sustituyeran a Jesús por la diosa Diana. Jesús era un Dios diferente y bueno. Para la mayoría de los griegos, los dioses eran estatuas en la plaza a las que las personas le rendían homenaje y luego se olvidaban de ellas. Los apóstoles estaban enseñándoles a las naciones acerca de Dios. Un Dios que debía ser amado todo el día y nunca debía ser olvidado. El cristianismo era una nueva forma de vida, y no unos ritos y ceremonias. Jesús iba a formar parte de sus vidas de una forma en que sus dioses nunca podrían.
El problema es que es mucho más fácil hacer uno o dos ritos delante de una imagen, y luego continuar viviendo la vida a nuestra manera. Ése fue el pecado de Israel, quien repetidas veces olvidó al Señor. Fue por eso que el profeta dijo: “acordaos del Señor, grande y temible” (vea: Nehemías 4:14). Los paganos se olvidaban de sus dioses después de rendirle un corto tributo; pero al Señor, no se le podía tratar de esa manera. La esencia absoluta de la fe bíblica quedó resumida en un gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37).
Un Cambio de Valores
El Evangelio de los cristianos no sólo representó un retó para el punto de vista religioso de aquella época, sino que además, representó un retó para el sistema de valores morales existente. El mensaje de Cristo era un mensaje de perdón; mientras que el mundo antiguo (al igual que muchas naciones hoy día), consideraba que la venganza era algo justo. Los cristianos hablaban de la esperanza como de una de las tres cualidades más grandes de la vida; pero para los paganos, la esperanza era un sentimiento débil en el que sólo creían las ancianas. Aunque los discípulos consideraban que el derramamiento de sangre era un terrible mal, tanto los romanos como los griegos se glorificaban con las guerras y las conquistas.
La obra de literatura más antigua del mundo era la de Homero, quien narró la historia de la Guerra de Troya y de su “gloriosa” masacre. Las narraciones del terrible espíritu de venganza y del derramamiento de sangre que Homero narró, cautivaron a los griegos y a los romanos; pero se convirtieron en un horror para los seguidores de Cristo. El punto de vista de los cristianos desconcertaba a las personas de aquella época tan cruel. Los apóstoles estaban destruyendo todos los conceptos convencionales de lo que era considerado admirable y noble.
El mundo que los discípulos de Cristo enfrentaron era un mundo sin esperanzas, pero eso no los desanimó. Si ellos pudieron hacer las cosas que hicieron, ¿Cuántas cosas podemos hacer nosotros? Es verdaderamente obvio que estos hombres humildes no hubiesen podido hacer nada a no ser que hubiesen tenido el respaldo de Dios. Los discípulos no estaban proclamando una religión que dejaba a las personas como eran, sino una forma de vivir que cambiaba todo lo que las personas conocían. Ellos estaban abogando por un mundo nuevo con una nueva clase de personas. Y tuvieron éxito. Ésa es la magnitud del poder de Dios por medio del Espíritu Santo. ¡Eso es lo que el Evangelio puede hacer!
Nosotros le debemos agradecimiento a la obra de estos pioneros quienes enfrentaron la oscuridad de un mundo pagano perdido. Ellos cambiaron la cultura del mundo y facilitaron nuestra labor. Ellos tuvieron un impacto tan profundo sobre las cosas que gracias a eso, nosotros vivimos en un mundo sumamente diferente al que ellos vivieron. Jesús dijo, “Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores” (Juan 4:38). Esos primeros evangelistas prepararon el terreno para nosotros.
Hoy día, las personas dicen que pueden vivir vidas “decentes” sin necesidad de las creencias religiosas. Eso quizás sea cierto, pero si el Evangelio no hubiese sido predicado en el pasado, nadie sabría lo que significa vivir una vida decente. El conocimiento de Cristo creó el concepto de la decencia, y el evangelismo moderno debe mantener ese conocimiento vivo. En un mundo donde la violencia y el odio se dejan sentir con frecuencia, sólo el Evangelio puede mostrar, una vez más, lo que es la misericordia y ofrecer paz, perdón y salvación.
Su Compañero en la Cosecha del Reino de Dios.