Ministerio Evangelistico Shekinah
¡Ahora veras si mi palabra se cumple o no.! (Números 11:23)
El Llamado
Los doce apóstoles estaban muy lejos de ser “superhombres”. ¿Cómo fue que escogió Jesús a sus discípulos? En Lucas 6:12-17 leemos, “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles: Simón, a quien también llamó Pedro, su hermano Andrés, Jacobo y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo, hijo de Alfeo, Simón llamado Zelote, Judas hermano de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor. Descendió con ellos…”.
Jesús oró “toda la noche” antes de escoger a Sus discípulos. Se cree que durante el transcurso de la noche, Dios le fue poniendo los nombres de cada uno de los apóstoles en su mente uno por uno – Bartolomé, Mateo, Tadeo… - y que el Señor hizo una lista de los que habían sido nominados y aprobados de manera divina. Quizás Jesús oró durante una hora por cada uno de ellos para asegurarse que estaba en lo correcto. De acuerdo a los expertos, “Él oró toda la noche” significa, doce horas, o sea, una hora por cada apóstol.
Ahora bien, me atrevo a preguntar, ¿fue verdaderamente eso lo que Él hizo – orar pidiendo dirección para escoger hombres con el calibre y potencial correcto, hombres cuya grandeza Dios podía ver antes de tiempo? ¿Debían ser ellos personas a quienes alguien que pudiese juzgar su carácter los nominara para que ocuparan posiciones importantes? ¿O estaba Jesús luchando con esa decisión como se lucha con una tentación, escogiendo hombres cuyas capacidades naturales probarían ser adecuadas, hombres con cualidades nobles y distinguidas; los grandes, los brillantes, los influyentes, los poderosos? Yo me imagino que así debió haber sido. Él pudo haber estado orando durante doce horas luchando contra los métodos que utiliza el mundo para planear el éxito, y el método que utiliza Dios. El método divino empleado por Dios a través de todo el Antiguo Testamento era escoger hombres que no eran nadie, los que todos rechazaban. 1 Corintios 1:28 dice: “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es…”.
Jesús oró y luego salió a escoger los apóstoles menos indicados – casi cualquiera. Él encontró en el camino hombres jóvenes sin otras cualidades que no fueran sus fuertes rasgos humanos – Pedro el impulsivo y su hermano Andrés quien era más sosegado, los impetuosos hijos de Zebedeo, Tomás el racionalista, Felipe el sociable, y Judas el ladrón. Cuando Dios nos escoge, no importa quiénes somos; lo que importa es lo que Él hace de nosotros.
Jesús escogió a un grupo de hombres locales con pocas posibilidades de éxito. Al menos uno o dos de ellos fueron escogidos simplemente porque eran familia. Santiago y Juan eran los hijos de Salomé, quien se cree era la hermana de María la madre de Jesús. Ellos conocían a Jesús de toda la vida. Luego de orar, Jesús se fue a caminar por la orilla de la playa donde se encontraban los pescadores locales, y los llamó a que lo siguieran. Nos da la impresión de que Jesús escogió a los primeros jóvenes que encontró esa mañana.
En Alemania, cuando las personas “no sirven para nada”, aquellos que constantemente fracasan en los esfuerzos del diario vivir, les llamamos “ceros”. Sin embargo, personas como esas son las personas que a Dios le interesan. Cuando Jesús llama a un “cero” y ese “cero” responde, él o ella van a descubrir rápidamente que el Señor es el número UNO y que cuando ponemos un cero al lado de un uno, obtenemos un DIEZ. En otras palabras, Jesús le da valor a cada “cero”, siempre y cuando Él sea el número Uno. Al lado de Cristo, aquello que no tiene valor adquiere un valor incalculable. Esta es la forma en que Dios construye su reino. Eso fue lo que ocurrió con los primeros discípulos y eso es lo que ocurre hoy. Yo comparto ese testimonio.
Hace 2000 años, el mundo era un lugar salvaje. Era un mundo de guerras, pasiones desenfrenadas y odios radicales. Sus principales placeres eran la inmortalidad, la idolatría, la indulgencia, y peor aún, la crueldad. Las multitudes consideraban que escuchar los gritos de las personas que estaban siendo torturadas o moribundas era un gran pasatiempo. Los discípulos tenían que llevar el Evangelio al mundo, y el Evangelio estaba centrado en la crueldad que Jesús había sufrido.
El mundo era también un lugar donde abundaban las enseñanzas. Las influencias de los grandes filósofos griegos eran intensas, y las personas buscaban desesperadamente nuevas ideas. Los discípulos no ofrecían ideas, sólo la historia del Mesías crucificado. Pedro, Santiago, Juan, Simón y Tomás no eran sofisticados, eran ignorantes; inclusive, ellos hablaban con acento de Galilea, un acento poco elegante comparado con el acento de las personas de la ciudad. ¿Qué esperanza tenía el cristianismo, al haber sido entregado en las manos ásperas y poco educadas de hombres llenos de celos y temores?
De modo que pensando en esos hombres a quienes se les había encomendado propagar el Evangelio y el mundo en que vivían, el Evangelio parecía estar destinado al fracaso. Doce hombres locales que no habían viajado ni 50 millas en sus vidas, debían ir a todo el mundo, al Imperio Romano, a conquistar ejércitos, a sacudir a los emperadores en sus tronos, y a convertir las tribus salvajes que habitaban en sus fronteras. Sin duda alguna, Jesús anticipó que esos doce hombres se convertirían en una fuerza mundial. Él depositó su confianza en doce hombres trabajadores, algunos de ellos campesinos, para que establecieran el primer eslabón entre Él y la poderosa Iglesia que habría de surgir. El secreto de Cristo fue la delegación del poder del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés. De modo que, ¿a qué le tenemos miedo?
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