viernes, 24 de agosto de 2007

Gracia barata

Ministerio Evangelistico Shekinah
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)


EDITORIAL

BONHOEFFER: LA TEOLOGÍA DE UN MÁRTIR CONTEMPORÁNEO

Esta es una edición adaptada y traducida al español de un importante capítulo del clásico del teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer. El libro, titulado originalmente Nachfolge (1937), fue publicado en inglés posteriormente como The Cost of Discipleship.

Su capítulo “Costly Grace” contiene un análisis profundamente espiritual de lo que realmente constituye ser un discípulo de Cristo y ser justificado por gracia. Incluye, además, un diagnóstico certero del estado de tibieza y apostasía doctrinal en que se encontraba la Iglesia alemana, la cual en su mayoría, se convirtió eventualmente en cómplice silenciosa del nazismo en la Segunda Guerra Mundial.



Bonhoeffer nació en Breslau en 1906 y murió ejecutado por órdenes de Hitler en 1945 en el campo de concentración de Flossenburg, a la corta edad de 39 años. Desde el inicio de la dictadura Nazi, el joven ministro Dietrich denunció la pasividad de la Iglesia alemana ante el fascismo y participó en la formación de una iglesia subterránea que no estuviese controlada ideológicamente por los principios del Estado nazi. Eventualmente, participó a título personal en el movimiento de resistencia contra el régimen de Hitler. Sus escritos teológicos, rara vez traducidos a nuestro idioma, han sido muy bien recibidos por teólogos y cristianos comprometidos en cada generación. Ciertamente, el capítulo “Gracia Costosa” no ha sido la excepción. Como todo clásico de la literatura cristiana, su mensaje ha pasado exitosamente la prueba del tiempo y sigue siendo un favorito en todo el mundo, especialmente entre jóvenes interesados en el significado de seguir radicalmente a Jesús en la sociedad de hoy en día. El mensaje de Bonhoeffer sigue siendo tan actual y relevante para los cristianos contemporáneos como lo fue cuando se escribió.

Gracia costosa o gracia barata; discipulado o pasividad; fidelidad a Cristo o disimulada apostasía. Ese es el dilema que enfrenta nuestra generación y con el que nos confronta este importante texto.

ATENTAMENTE

Los Editores


GRACIA COSTOSA

Por: Dietrich Bonhoeffer


La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy en día estamos luchando por la gracia que cuesta.

Gracia barata significa gracia vendida en el mercado como baratijas de segunda mano. Los sacramentos, el perdón de pecados, y los consuelos de la religión se malbaratan a precios rebajados. La gracia es representada como la inexhaustible tesorería de la Iglesia, de la cual ella hace llover bendiciones con manos generosas, sin hacer preguntas o fijar límites. ¡Gracia sin precio; gracia sin costo! La esencia de la gracia, suponemos, es que la cuenta ha sido pagada por adelantado; y que, por cuanto ha sido pagada, todo puede ser obtenido por nada. Por cuanto el costo fue infinito, las posibilidades de usarla y gastarla también son infinitas. ¿Qué sería la gracia si no fuera barata?

Gracia barata significa gracia como una doctrina, un principio, un sistema. Significa el perdón de pecados proclamado como una verdad general, el amor de Dios enseñado como la concepción “cristiana” de Dios. Un asentimiento intelectual a esa idea se considera, por sí mismo, suficiente para asegurar la remisión de pecados. La Iglesia que tiene la doctrina correcta de la gracia participa ipso facto, se supone, de esa gracia. En tal Iglesia, el mundo halla una cubierta barata para sus pecados; no se requiere ninguna contrición, y mucho menos el deseo real de ser libertado del pecado. La gracia barata, por lo tanto, se reduce a una negación de la Palabra viva de Dios. Es, de hecho, una negación de la Encarnación de la Palabra.

Gracia barata significa la justificación del pecado sin la justificación del pecador. La gracia sola hace todo, dicen ellos, y así todo puede permanecer como era antes. El mundo continúa en el mismo viejo camino, y nosotros todavía somos pecadores “aún en la mejor vida,” como dijo Lutero. Bueno, entonces que el cristiano viva como el resto del mundo, que se moldee a los estándares del mundo en cada área de la vida y que no aspire presuntuosamente a vivir una vida bajo la gracia, diferente a su antigua vida bajo el pecado. Esa era la herejía de los entusiastas, los anabaptistas y los de ese tipo. Que el cristiano se cuide de rebelarse contra la gratuita e ilimitada gracia de Dios y de profanarla. ¡Qué no intente erigir una nueva religión de la letra procurando vivir una vida de obediencia a los mandamientos de Jesucristo! El mundo ha sido justificado por gracia. El cristiano sabe eso, y se lo toma en serio. Él sabe que no debe luchar contra esta gracia indispensable. Por lo tanto: ¡Qué viva como el resto del mundo! Por supuesto que le gustaría ir y hacer algo extraordinario, y se requiere de bastante dominio propio para refrenarse del intento, y para contentarse con vivir como vive el mundo. Sin embargo, es imperativo que el cristiano niegue sus deseos, y practique la modestia para que su vida no se distinga de la forma de vivir del mundo. Debe dejar a la gracia ser verdaderamente gracia, de otro modo destruirá la fe del mundo en el don gratuito de la gracia. Que el cristiano descanse satisfecho con su mundanalidad y con su renuncia a alcanzar ningún estándar mas alto que el mundo. Lo está haciendo por causa del mundo, más que por causa de la gracia. Que permanezca confortado y descanse seguro en su posesión de esta gracia pues la sola gracia todo lo hace. ¡Qué el cristiano disfrute las consolaciones de su gracia en vez de seguir a Cristo! Eso es lo que queremos decir con gracia barata, la gracia que es a fin de cuentas la justificación del pecado sin la justificación del pecador arrepentido que se aparta del pecado, y de quien el pecado se aparta. La gracia barata no es el tipo de perdón de pecados que nos liberta de las fatigas y afanes del pecado. La gracia barata es la gracia que nos otorgamos a nosotros mismos.

Gracia barata es la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, bautismo sin disciplina eclesiástica, comunión sin confesión; absolución sin confesión personal. Gracia barata es gracia sin discipulado, gracia sin la cruz, gracia sin Jesucristo vivo y encarnado.

La gracia costosa es el tesoro escondido en el campo, por causa de él un hombre irá felizmente y venderá todo lo que posee. Es la perla de gran precio por lo cual, el mercader venderá todos sus bienes. Es la regla majestuosa de Cristo, por la cual un hombre se sacará el ojo que lo hace tropezar. Es el llamado de Jesucristo, al cual el discípulo deja sus redes y lo sigue. Gracia costosa es el evangelio que debe ser buscado vez tras vez, el regalo que debe ser pedido, la puerta a la cual un hombre debe llamar.

Tal gracia es costosa porque nos llama a seguir, y es gracia porque nos llama a seguir a Jesucristo. Es costosa porque le cuesta a un hombre su vida y es gracia porque le da a un hombre la única vida verdadera. Es costosa porque condena el pecado y es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, es costosa porque le costó a Dios la vida de su Hijo: “Porque habéis sido comprados por precio;” y lo que le ha costado mucho a Dios no puede ser barato para nosotros. Sobre todo, es gracia porque Dios no estimó a su Hijo como un precio muy caro que pagar por nuestra vida, sino que lo entregó por nosotros. La gracia costosa es la Encarnación de Dios.

La gracia costosa es el santuario de Dios; tiene que ser protegida del mundo y no echada a los perros. Es por lo tanto, la palabra viviente, la Palabra de Dios que Él habla como le place. La gracia costosa nos confronta como un bondadoso llamado a seguir a Jesús, viene como una palabra de perdón al espíritu quebrantado y al corazón contrito. La gracia es costosa porque obliga a un hombre a someterse al yugo de Cristo y a seguirlo; es gracia porque Jesús dice “mi yugo es fácil y ligera mi carga”.

En dos ocasiones separadas Pedro recibió el llamado “Sígueme”. Esta fue la primera y última palabra que Jesús habló a su discípulo (Marcos 1:17; Juan 21:22). Hay toda una vida entre estos dos llamados. La primera ocasión ocurrió junto al lago de Genesaret, cuando Pedro dejó sus redes y su oficio y siguió a Jesús a su indicación. La segunda vez es cuando el Señor Resucitado lo encuentra de nuevo en su antiguo oficio. Una vez mas ocurre junto al lago de Genesaret, y una vez mas el llamado es: “Sígueme”. Entre los dos llamados, hay toda una vida de discipulado siguiendo a Cristo. A la mitad, entre ellos, viene la confesión de Pedro, cuando reconoció a Jesús como el Cristo de Dios. Tres veces Pedro escucha la misma proclamación que Cristo es su Señor y Dios: al principio, al final y en Cesárea de Filipo. En cada ocasión es la misma gracia de Cristo la que le dice: “Sígueme” y que se revela a sí misma a Pedro en su confesión del Hijo de Dios. Tres veces en el caminar de Pedro lo atrajo la gracia. La misma gracia proclamada de tres maneras diferentes. Esta gracia ciertamente no era auto-otorgada. Era la gracia de Cristo mismo ahora prevaleciendo sobre el discípulo para que lo dejara todo y para seguirlo a Él. Luego operando en él esa confesión que para el mundo debe sonar como la máxima blasfemia. Después, invitando a Pedro al supremo seguimiento del martirio por el Señor que había negado y por la misma gracia perdonándole todos sus pecados. En la vida de Pedro la gracia y el discipulado son inseparables. Él había recibido la gracia costosa.

Conforme el cristianismo se extendió y la Iglesia se volvió más secularizada, esta consciencia de lo costoso de la gracia se desvaneció gradualmente, el mundo fue cristianizado y la gracia vino a ser su propiedad común. Tenía que ser obtenida a un bajo costo; sin embargo, la Iglesia de Roma no perdió del todo la visión inicial. Es altamente significativo que la Iglesia fue lo suficientemente astuta para abrirle lugar al movimiento monástico y para prevenir que se deslizase hacia el cisma. Aquí, en el margen exterior de la Iglesia, había un lugar en donde la antigua visión se mantuvo viva. Allí, hombres recordaban aun que la gracia cuesta, que la gracia significa seguir a Cristo. Allí dejaron ellos todo lo que tenían por causa de Cristo y se esforzaban diario para practicar sus rigurosos mandamientos.

De esta manera, el monasticismo vino a ser una protesta viviente contra la secularización del cristianismo y el abaratamiento de la gracia, pero la Iglesia fue suficientemente sabia para tolerar esta protesta y para prevenir que se desarrollara hasta sus conclusiones lógicas. Y de esta manera tuvo éxito en relativizarla, usándola aún para justificar la secularización de su propia vida. El monasticismo era representado como un logro personal que la masa de los laicos no podía esperarse que imitara. Al limitar así la aplicación de los mandamientos de Jesús a un grupo restringido de especialistas, la Iglesia formuló la concepción fatal del doble estándar—un estándar máximo y otro mínimo de obediencia cristiana. Cada vez que la iglesia era acusada de estar demasiado secularizada, siempre podía apuntar al monasticismo como una oportunidad de vivir una vida más alta dentro del redil, y de esta manera justificar la otra posibilidad de un estándar de vida más bajo para otros; y así obtenemos el paradójico resultado de que el monasticismo, cuya misión era preservar en la Iglesia de Roma el concepto original cristiano de la gracia costosa, proporcionó una justificación conclusiva para la secularización de la Iglesia. A fin de cuentas, el error fatal del monasticismo no estaba tanto en su rigorismo (aunque aún aquí había bastante malinterpretación del contenido preciso de la voluntad de Jesús) sino en el extremo en que se apartó del cristianismo genuino. De esta manera, el monasticismo se estableció a sí mismo como el logro individual de unos pocos elegidos, reclamando así un mérito especial propio.
Cuando vino la Reforma, la providencia de Dios levantó a Lutero para restaurar el Evangelio de la gracia pura y costosa. Lutero pasó por el claustro; él era un monje y todo esto era parte del plan divino. Lutero había dejado todo para seguir a Cristo en el camino de la obediencia absoluta. Había renunciado al mundo con tal de vivir la vida cristiana, había aprendido la obediencia a Cristo y a su Iglesia, porque solamente el que es obediente puede creer. El llamado al monasterio exigía de Lutero la entrega completa de su vida, pero Dios destruyó sus esperanzas. Le enseñó a través de las Escrituras que el seguir a Cristo no es el logro o mérito de algunos pocos selectos, sino el mandamiento divino a todos los cristianos sin distinción. El monasticismo había transformado el humilde trabajo del discipulado en la actividad meritoria de los santos y la negación personal del discipulado en flagrante autosuficiencia espiritual de lo “religioso”. El mundo había penetrado subterticiamente el corazón mismo de la vida monástica y una vez más, estaba haciendo estragos. El intento de los monjes por escapar del mundo resultó ser una sutil forma de amor al mundo. Estando así borrada la esencia de la vida religiosa, Lutero se asió de la gracia. Justo cuando el mundo entero del monasticismo se desplomaba en ruinas alrededor de él, él vio a Dios en Cristo extendiendo su mano para salvar. Él se asió de esa mano en fe, creyendo que “después de todo, nada de lo que podemos hacer sirve para nada, independientemente de la vida buena que llevamos”. La gracia que se le otorgó a él, fue una gracia costosa e hizo pedazos toda su existencia. Una vez más, Lutero debía dejar sus redes y seguir a Jesús. La primera vez, fue cuando entró en el monasterio, cuando había dejado atrás todo excepto su piadosa persona. En esta ocasión aún eso le fue quitado. Él obedeció el llamado, no a través de ningún merito propio, sino simplemente a través de la gracia de Dios. Lutero no oyó la palabra: “Por supuesto que has pecado pero ahora todo te ha sido perdonado, así que puedes quedarte como estás y disfrutar los consuelos del perdón”. No, Lutero tuvo que dejar el claustro y regresar al mundo, no porque el mundo era bueno y santo en si mismo, sino porque aún el monasterio era solamente una parte del mundo.

El regreso de Lutero del monasterio al mundo fue el peor golpe que el mundo ha sufrido desde los inicios del cristianismo. La renuncia que él hizo cuando se volvió monje fue un juego de niños, comparada con la que tuvo que hacer cuando regresó al mundo. Ahora venía el asalto frontal. La única manera de seguir a Jesús era viviendo en el mundo. Hasta aquí la vida cristiana había consistido en el logro de unas cuantas almas selectas bajo las condiciones excepcionalmente favorables del monasticismo, pero ahora, era una obligación para cada cristiano viviendo en el mundo. Al mandamiento de Jesús se le debía conferir perfecta obediencia en la diaria vocación de la vida personal. El conflicto entre la vida del cristiano y la vida del mundo fue, de esta manera, catapultado a la mayor notoriedad posible. Era un conflicto mano a mano entre el cristiano y el mundo. Es una malinterpretación fatal el suponer que el redescubrimiento de Lutero del Evangelio de la gracia pura ofrecía una dispensa general de la obediencia al mandamiento de Jesús o que el gran descubrimiento de la Reforma fue que la gracia perdonadora de Dios confería automáticamente sobre el mundo tanto rectitud como santidad. Al contrario, para Lutero el llamado terrenal de los cristianos es santificado sólo en tanto que ese llamado, registre la oposición final y radical contra el mundo. Sólo mientras que el llamado secular de los cristianos se ejercita en el seguir a Jesús, recibe nueva autorización y justificación del Evangelio. No fue la justificación del pecado, sino la justificación del pecador lo que empujó a Lutero del monasterio de regreso al mundo. La gracia que había recibido, era gracia costosa. Era gracia, porque era como agua en tierra seca, consuelo en la tribulación, libertad de la esclavitud de un camino escogido por iniciativa propia, y perdón de todos sus pecados; y era costosa, pues muy lejos de exentarlo de hacer buenas obras, significaba que debía tomar el llamado al discipulado más en serio que nunca. Era gracia porque costó tanto, y costó tanto porque era gracia. Ese era el secreto del evangelio de la Reforma: la justificación del pecador.

Sin embargo, el resultado de la Reforma no fue la victoria de la percepción de Lutero de la gracia en toda su pureza y elevado costo. Mas bien triunfó el instinto del humano religioso y vigilante que buscaba un lugar donde la gracia puede ser obtenida al precio más barato. Todo lo que se necesitaba, era un cambio sutil, casi imperceptible de énfasis, y el daño estaba hecho. Lutero había enseñado que el hombre no puede estar delante de Dios independientemente de qué tan religiosas sean sus obras y caminos, porque en el fondo siempre está buscando sus propios intereses. Desde lo profundo de su miseria, Lutero se había asido por fe del perdón gratuito e incondicional de todos sus pecados. Esa experiencia le enseñó que esta gracia le había costado su misma vida, y que le debería seguir costando el mismo precio día tras día. Lejos de dispensarlo del discipulado, esta gracia solo lo hacía un discípulo más comprometido. Cuando hablaba de la gracia, Lutero siempre señalaba como corolario que le había costado su propia vida, la vida que ahora estaba sujeta a la obediencia absoluta a Cristo. Sólo así podía él hablar de gracia. Lutero había dicho que sólo la gracia por sí misma puede salvar; sus seguidores tomaron su doctrina y la repitieron palabra por palabra, pero dejaron fuera su invariable implicación: la obligación del discipulado. No había necesidad de que Lutero mencionara siempre explícitamente ese corolario, porque él siempre hablaba como uno que había sido guiado por gracia a seguir a Cristo de la manera más estricta. Juzgada por los estándares de la doctrina de Lutero, la de sus seguidores era inexpugnable y sin embargo su ortodoxia anunciaba el fin y la destrucción de la Reforma como la revelación de la gracia costosa de Dios. La justificación del pecador en el mundo degeneró en la justificación del pecado y del mundo. La gracia costosa se convirtió en gracia barata sin discipulado.

Lutero había dicho que todo lo que podemos hacer es en vano, independientemente de la vida de bondad que llevemos. Él había dicho que nada nos puede ser útil delante de Dios sino “la gracia y el favor que confieren el perdón del pecado”. Pero él hablaba como alguien que sabía que en el momento mismo de su crisis estaba llamado a dejar por segunda vez todo lo que tenia y seguir a Jesús. El reconocimiento de la gracia fue su ruptura final y radical, con el pecado que le asediaba, pero nunca fue la justificación de ese pecado. Al asirse del perdón de Dios, renunció de forma final y radical a una vida voluntariosa, y esta ruptura fue tal que le llevó inevitablemente a seguir a Cristo. Él siempre vio esto como la respuesta integral, pero una respuesta a la que él había llegado por medio de Dios, no por medio del hombre. Pero entonces sus seguidores convirtieron la “respuesta” en meros datos para hacer sus propios cálculos. Esa era la raíz del problema, si la gracia, el don gratuito de la vida cristiana es la respuesta de Dios, entonces nosotros no podemos ni por un momento, prescindir de seguir a Cristo. Pero si la gracia consiste en mera información para mi vida cristiana, significa que entonces yo salí a vivir la vida cristiana en el mundo con todos mis pecados justificados de antemano. Puedo ir y pecar todo lo que me dé la gana y fiarme de esta gracia para que me perdone porque, al fin y al cabo, el mundo se justifica en principio por gracia. Yo puedo, por lo tanto, asirme a mi vida secular burguesa y permanecer como estaba antes, pero con la garantía agregada de que la gracia de Dios me cubrirá. Es bajo la influencia de este tipo de “gracia” que el mundo ha sido hecho “cristiano”, pero al costo de secularizar la religión cristiana como nunca antes. La antítesis entre la vida cristiana y la vida de la respetabilidad burguesa ha terminado. La vida cristiana viene a convertirse en nada más que vivir en el mundo y como el mundo, en no ser diferentes del mundo. De hecho, viene a convertirse en prohibición de ser diferente al mundo por causa de la gracia. El resultado final de todo esto es que mi único deber como cristiano es dejar el mundo durante más o menos una hora un domingo en la mañana e ir a la iglesia para estar seguro de que mis pecados están todos perdonados. Ya no necesito intentar más seguir a Cristo pues la gracia barata, el enemigo más acérrimo del discipulado, que el verdadero discipulado debe aborrecer y detestar, me ha liberado de eso. La gracia como información para nuestros cálculos, significa gracia al precio más barato, pero la gracia como respuesta integral, significa gracia costosa. Es aterrador darse cuenta del uso que se le puede dar a una genuina doctrina evangélica. En ambos casos tenemos una fórmula idéntica: “justificación sólo por fe”; sin embargo, el uso indebido de esta fórmula lleva a la completa destrucción de su misma esencia. Al fin de una vida consumida en la búsqueda del conocimiento, Fausto tiene que confesar:

“Ahora veo que nada podemos saber”.

Esa es la respuesta a un total, es el resultado de una larga experiencia. Pero como Kierkegaard observó, es una cosa bastante diferente cuando un novato llega a la universidad y usa esa misma mentalidad para justificar su indolencia. Como la respuesta a una suma, es perfectamente verdadera, pero como información inicial, es un fragmento de autoengaño. Pues el conocimiento adquirido no puede divorciarse de la existencia en la cual se adquiere. El único hombre que tiene el derecho a decir que ha sido justificado sólo por gracia es el hombre que ha dejado todo para seguir a Cristo. Tal persona sabe que el llamado al discipulado es un regalo de gracia y que el llamado es inseparable de la gracia. Pero aquellos que intentan usar esta gracia como un permiso para no imitar la vida de Cristo, están simplemente engañándose a sí mismos.

Nosotros los luteranos, nos hemos reunido como águilas alrededor del cadáver de la gracia barata y hemos bebido ahí del veneno que ha matado la vida del seguir a Cristo. Es verdad, por supuesto, que en la cristiandad hemos brindado divinos honores sin igual a la doctrina de la gracia. Es más hemos exaltado esa doctrina hasta la posición de Dios mismo. En todos lados, la fórmula de Lutero ha sido repetida, pero su verdad pervertida en un auto-engaño. ¡Mientras nuestra iglesia tenga la doctrina correcta de la justificación, no hay duda alguna de que es una Iglesia justificada! Eso dijeron, pensando que debemos vindicar nuestra herencia luterana haciendo dicha gracia disponible en los términos más baratos y fáciles posibles. El ser “luterano” debe significar que dejamos el imitar la vida de Cristo a los legalistas, los calvinistas y los entusiastas y todo esto por amor a la gracia. Nosotros justificamos al mundo, y condenamos como heréticos a aquellos que trataron de seguir a Cristo. El resultado fue que una nación vino a ser cristiana y luterana, pero a precio del verdadero discipulado. El precio que había sido llamado a pagar la nación era demasiado barato. A final de cuentas, la gracia barata había ganado.

Pero, ¿nos damos cuenta de que esta gracia barata se ha vuelto contra nosotros mismos como un bumerang? El precio que estamos teniendo que pagar hoy en día en términos del colapso de la Iglesia organizada, es solamente la consecuencia inevitable de nuestra política de hacer disponible la gracia a todos a un precio demasiado bajo. Regalamos la Palabra y los sacramentos al por mayor; bautizamos, confirmamos y absolvimos a toda una nación sin que nos lo pidieran y sin condición alguna. Nuestro sentimiento humanitario nos hizo dar lo santo a los escarnecedores e incrédulos. Derramamos oleadas de gracia interminables. Pero el llamado a seguir a Jesús en el camino angosto casi nunca era oído. ¿Dónde estaban esas verdades que impulsaron a la primera iglesia a instituir el catecumenado, el cual permitió que se mantuviera una supervisión estricta sobre los límites entre la Iglesia y el mundo, y permitió una protección adecuada para la gracia costosa? ¿Qué le había pasado a todas esas advertencias de Lutero contra predicar el evangelio en una manera tal que hiciere descansar seguros a los hombres en su forma impía de vivir? ¿Hubo alguna vez alguna instancia más terrible o desastrosa de la cristianización del mundo que ésta? ¿Qué son esos tres mil sajones ejecutados por Carlomagno, comparados con los millones de cadáveres espirituales en nuestro país hoy en día? Ha sido abundantemente comprobado en nosotros que los pecados de los padres son visitados sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación. La gracia barata ha resultado ser absolutamente despiadada hacia nuestra Iglesia Evangélica.

Esta gracia barata no ha sido menos desastrosa para nuestras propias vidas espirituales. En lugar de abrir el camino hacia Cristo, lo ha cerrado. En lugar de llamarnos a seguir a Cristo, nos ha endurecido en nuestra desobediencia. Tal vez habíamos oído alguna vez el llamado de gracia a seguirlo a Él, y aún a causa de este mandato incluso tomado los primeros pasos del camino del discipulado, en la disciplina de la obediencia, sólo para encontrarnos confrontados por el mensaje de la gracia barata. ¿Acaso no fue eso despiadado y cruel? El único efecto que tal mensaje pudo haber tenido era el de bloquear nuestro camino hacia el progreso, y seducirnos al nivel mediocre del mundo, apagando el gozo del discipulado al decirnos que estábamos siguiendo un camino escogido por nosotros, que estábamos gastando nuestra fuerza y disciplinándonos en vano todo lo cuál no era solamente inútil, sino peligroso en extremo. Después de todo, se nos dijo que nuestra salvación ya había sido efectuada por la gracia de Dios. El pabilo que humea fue apagado despiadadamente. Era cruel hablarle así a las personas, pues una oferta tan barata sólo podía dejarlos confundidos y tentarlos a apartarse del camino al cual habían sido llamados por Cristo. Habiéndose asido de la gracia barata, fueron impedidos para siempre del conocimiento de la gracia costosa. Engañadas y debilitadas, las personas sentían que eran fuertes ahora que estaban en posesión de esta gracia barata mientras que en realidad habían perdido el poder para vivir la vida de discipulado y obediencia. El mensaje de la gracia barata ha provocado la ruina de más cristianos que cualquier mandamiento de obras.

En nuestros capítulos subsecuentes, trataremos de encontrar un mensaje para aquellos que están siendo inquietados por este problema y para quienes el mundo de la gracia ha sido vaciado de todo su significado. Este mensaje debe de ser expuesto por causa de la verdad, por causa de aquellos entre nosotros que confiesan que a través de la gracia barata han perdido el seguir a Cristo, y más aún, con el seguir a Cristo, han perdido el entendimiento de la gracia costosa. Para simplificarlo, debemos emprender este trabajo porque ahora estamos listos para admitir que ya no estamos en el camino del verdadero discipulado. Confesamos que, aunque nuestra Iglesia es ortodoxa, en cuanto respecta a su doctrina de la gracia, ya no estamos seguros de que somos miembros de una Iglesia que sigue a su Señor. Debemos, por lo tanto, intentar recuperar un verdadero entendimiento de la relación recíproca entre la gracia y el discipulado. El asunto ya no puede ser evadido. Se está haciendo más claro cada día que el problema más urgente que asedia a nuestra Iglesia es éste: ¿Cómo podemos vivir la vida cristiana en el mundo moderno?

Bienaventurados aquellos que han llegado al fin del camino que buscamos andar, los que se asombran al descubrir la nada obvia verdad que la gracia es costosa, sólo porque es la gracia de Dios en Jesucristo. Bienaventurados los sencillos seguidores de Jesucristo que han sido conquistados por su gracia, los que pueden cantar las alabanzas de la autosuficiente gracia de Cristo con humildad de corazón. Bienaventurados los que, conociendo esa gracia, pueden vivir en el mundo sin ser del mundo, aquellos que, siguiendo a Jesucristo, están tan seguros de su ciudadanía celestial que están verdaderamente libres para vivir sus vidas en este mundo. Bienaventurados los que saben que el discipulado significa simplemente la vida que brota de la gracia, y que gracia simplemente significa discipulado. Bienaventurados los que han venido a ser cristianos en este sentido de la palabra. Para ellos, el mensaje de la gracia ha demostrado ser una fuente de misericordia.








jueves, 23 de agosto de 2007

Obstaculos para el avivamiento



Por Oswald J. Smith.

HAY TAN SÓLO un obstáculo que puede bloquear el canal e impedir el poder de Dios y éste es el PECADO. El pecado es la gran barrera. Por sí solo puede impedir la obra del Espíritu e impedir un avivamiento. “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad”, afirmaba David, “el Señor no me habría escuchado” (Salmo 66:18). Y en Isaías 59:1-2, tenemos estas significativas palabras:

“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”. Así, el pecado es la gran barrera y tiene que ser abandonado. No pueden haber medias tintas. No hay alternativas. Dios no obrará en tanto que haya iniquidad no confesada.

Leemos en Oseas 10:12: “Sembrad para vosotros en justicia, segad para vosotros en misericordia; haced para vosotros barbecho; porque es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que venga y os enseñe justicia”. Y en 2ª Crónicas 7:14 se otorga la promesa de bendición basada, no obstante, sobre unas condiciones inalterables: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.” Así que, nada menos que un corazón contrito por el pecado, una confesión total y restitución satisfará a Dios; y no solamente tristeza por las consecuencias y castigo del pecado, sino por el pecado mismo cometido contra Dios. El infierno está lleno de remordimientos, pero solamente por el castigo en el que se ha incurrido. No existe ninguna verdadera contricción. El hombre rico no pronunció ni una sola palabra de tristeza por su pecado en contra de Dios (Lc. 16:29-30). Pero David, aunque culpable de asesinato y de adulterio a la vez, vio su pecado como solamente contra Dios (Sal. 51:4). El mero remordimiento no es verdadera tristeza según Dios para arrepentimiento. Judas, aunque lleno de remordimientos, nunca se arrepintió. El pecado tiene que ser dejado por completo.

Ahora bien, solamente Dios puede conceder un corazón contrito y quebrantado, una tristeza que tendrá como resultado la confesión y el abandono del pecado y nada menos que esto será suficiente. “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51.17). “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Pr. 28:13). “Reconoce, pues, tu maldad, porque contra Jehová tu Dios has prevaricado” (Jeremías 3:13).

Constituye una experiencia muy normal hallar almas arrodilladas ante el altar y clamando a Dios con una apariencia de gran angustia de corazón y que no reciben nada. Y es igual de normal que grupos de personas se reúnan durante noches orando para un avivamiento, y que con todo, no tienen ninguna respuesta a sus oraciones. ¿Dónde está el problema? Que la Palabra de Dios dé la respuesta: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” Así, ante todo destapemos nuestro pecado; hagamos rectos los caminos torcidos, saquemos las piedras del camino, y entonces podremos esperar confiadamente lluvias de bendiciones.

Ahora tomemos nuestros pecados uno a uno y tratemos por separado con cada transgresión y preguntémonos lo siguiente, puede que seamos culpables y que Dios nos vaya a hablar:

(1) ¿Hemos perdonado a todos? Existe alguna malicia, rencor, odio o enemistad en nuestros corazones? ¿Alimentamos resentimientos y hemos rehusado reconciliarnos?

(2) ¿Nos ponemos coléricos? ¿Nos exaltamos por dentro? ¿Es verdad que aún perdemos los estribos? ¿Acaso la ira se apodera en ocasiones de nosotros?

(3) ¿Hay sentimientos de celos? Cuando se prefiere a otro antes que a nosotros, ¿nos invade la envidia? ¿Tenemos celos de aquellos que pueden orar, hablar, y hacer las cosas mejor que nosotros?

(4) ¿Nos volvemos impacientes e irritables? ¿Acaso hay pequeñas cosas que nos abruman y enojan? ¿O somos dulces, calmados e inconmovibles bajo todas las circunstancias?

(5) ¿Se nos ofende fácilmente? Cuando la gente no se da cuenta de nuestra presencia y nos esquiva sin dirigirse a nosotros ¿nos duele? Si se hace mucho a otros y a nosotros se nos deja a un lado, ¿cómo nos sentimos acerca de ello?

(6) ¿Hay algún orgullo en nuestros corazones? ¿Nos hinchamos? ¿Nos creemos mucho nuestra propia posición y consecuciones?

(7) ¿Hemos sido deshonestos? ¿Están nuestros negocios abiertos y limpios de toda censura?
¿Damos un metro por un metro y un kilo por un kilo?

(8) ¿Hemos estado murmurando de otras personas? ¿Calumniamos el carácter de otros? ¿Somos chismosos y entremetidos?

(9) ¿Criticamos sin amor, duramente, severamente? ¿Estamos siempre hallando fallos y buscando las equivocaciones de los demás?

(10) ¿Le robamos a Dios? ¿Le robamos tiempo que le pertenece a Él? ¿Hemos retenido nuestro dinero?

(11) ¿Somos mundanos? ¿Nos gusta el brillo, la pompa, y la gloria de esta vida?

(12) ¿Hemos robado? ¿Tomamos cosas pequeñas que no son nuestras?

(13) ¿Anidamos en nosotros un espíritu de amargura hacia otros? ¿Hay odio en nuestro corazón?

(14) ¿Están nuestras vidas llenas de ligereza y de frivolidad? ¿Es nuestra conducta indecorosa? ¿Consideraría el mundo por nuestras acciones que estamos de su lado?

(15) ¿Hemos dañado a alguien y no hemos hecho restitución? ¿O nos ha poseído el espíritu de Zaqueo? ¿Hemos restaurado las muchas cosas pequeñas que Dios nos ha mostrado?

(16) ¿Estamos preocupados o ansiosos? ¿Dejamos de confiar en Dios en cuanto a nuestras necesidades temporales y espirituales? ¿Estamos continuamente sufriendo futuras penalidades sin haber llegado a ellas?

(17) ¿Somos culpables de inmoralidad? ¿Dejamos que nuestras mentes aniden imaginaciones impuras e impías?

(18) ¿Somos veraces en nuestras afirmaciones, o exageramos y con ello transmitimos falsas impresiones? ¿Hemos mentido?

(19) ¿Somos culpables del pecado de incredulidad? A pesar de todo lo que Él ha hecho por nosotros, ¿Rehusamos aún creer Su Palabra? ¿Murmuramos y nos quejamos?

(20) ¿Hemos cometido el pecado de la falta de oración? ¿Somos intercesores? ¿Oramos? ¿Cuánto tiempo pasamos en oración? ¿Hemos permitido que las muchas ocupaciones desplacen a la oración de nuestras vidas?

(21) ¿Estamos siendo negligentes con la lectura de la Palabra de Dios? ¿Cuántos capítulos leemos al día? ¿Somos estudiosos de la Biblia? ¿Sacamos de las Escrituras nuestro aprovisionamiento?

(22) ¿Hemos dejado de confesar a Cristo de una manera abierta? ¿Nos avergonzamos de Jesús? ¿Cerramos nuestras bocas cuando nos vemos rodeados por personas del mundo? ¿Estamos testificando a diario?

(23) ¿Estamos con una carga por la salvación de las almas? ¿Tenemos amor por los perdidos? ¿Hay alguna compasión en nuestros corazones por los que están pereciendo?

(24) ¿Hemos perdido nuestro primer amor y ya no tenemos fervor hacia Dios?

Éstas son las cosas, tanto positivas como negativas, que detienen la obra de Dios en medio de Su pueblo. Seamos honrados y llamemos las cosas por su nombre: PECADO, es la palabra que Dios utiliza. Lo antes que admitamos que hemos pecado, y estemos listos a confesarlo y a dejarlo, lo antes que podemos esperar que Dios nos oiga y obre en poder. ¿Para qué nos vamos a engañar? No podemos engañar a Dios. Así, pues, eliminemos el obstáculo, lo que estorba, antes de tomar ningún otro paso. “Si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados.” “El juicio tiene que empezar en la casa de Dios”.

Ésta ha sido la historia de la obra del avivamiento a lo largo de todos los siglos. Noche tras noche se han predicado sermones sin que ellos surtieran ningún efecto, hasta que algún anciano o diácono estalla en una agonía de confesión y, yendo a aquél al que ha dañado, le ruega perdón. O alguna mujer que ha sido muy activa en la obra, y que se hunde y en lágrimas de contrición confiesa públicamente que ha estado murmurando acerca de alguna otra hermana, o que no se habla con la persona al otro lado del pasillo. Entonces, cuando se halla hecho confesión y restitución, con la dura tierra desmontada, el pecado al descubierto y reconocido, entonces y no hasta entonces, el Espíritu de Dios viene sobre la audiencia y un avivamiento desciende sobre la comunidad.

Por lo general hay tan solamente un pecado, un pecado que constituye el obstáculo. Había un Acán en el campamento de Israel. Y Dios señalará con Su dedo justo el lugar. Y no lo sacará hasta que se haya actuado con respecto al obstáculo.

¡Oh! entonces, roguemos primero con la oración de David cuando él clamó: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24). Y tan pronto como el obstáculo del pecado haya sido eliminado del camino, Dios vendrá en un poderoso avivamiento.

Una ciudad de iglesias llena,
grandes y eruditos oradores,
bella música, órganos y coros;
si todos fallan, entonces ¿qué?
Buenos obreros, fervientes, deseosos,
que hora tras hora trabajan con ardor;
pero ¿dónde, oh, dónde, mi hermano,
está el todopoderoso hacer de Dios?

Refinamiento ¡educación!
Desean lo mejor.
Sus planes y designios, perfectos.
No se dan descanso alguno;
consiguen del talento lo mejor,
tratan de hacerlo superior,
pero, oh, hermano, su necesidad
es el Espíritu Santo de Dios.

Gastaremos nuestro dinero y tiempo
y predicaremos con sabiduría grande,
pero la simple educación
empobrecerá al pueblo de Dios.
Dios no quiere humana sabiduría,
no busca sonrisas ganar;
sino que, oh hermano ¡necesitamos,
que el pecado abandonado sea ya!

Es el Espíritu Santo
que el alma vivifica.
Dios no aceptará al hombre adoración,
ni aceptará el control humano.
Ni humana innovación,
ni habilidad o arte mundano,
podrán dar contricción,
ni quebrantar el corazón del pecador.

Podemos humana sabiduría tener,
grandes cantos y triunfos:
buen equipo podrá haber,
pero en esto no hay bendición.
Dios quiere un vaso puro y limpio,
labios ungidos y veraces,
un hombre del Espíritu llenado,
que proclame todo Su mensaje.

Gran Dios ¡avívanos en verdad!
y mantennos cada día;
que todos puedan reconocerte,
vivimos como oramos.
La mano del Señor no se ha acortado,
todavía es Su delicia bendecir,
si huimos de todo mal,
y todo nuestro pecado confesamos.


Nota: Este poema fue escrito por Samuel Stevenson que me introdujo por vez primera a algunos de los guerreros de la oración que he mencionado, y que me enseñó muchas de estas grandes verdades

martes, 21 de agosto de 2007

Sin santidad nadie verá a Dios

Ministerio Evangelistico Shekinah
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)









Juan Wesley (1703-1791) fue el gran evangelista del siglo XVIII cuyo ministerio se volvió escepcionalmente fructífero, trabajando ininterrumpidamente durante 53 años con el corazón abrasado del amor divino. Su celo y pasión por el evangelio verdadero, lo impulsaron a consumirse en un sólo deseo: glorificar a Dios con su vida. Durante una época de decadencia moral y religiosa en Inglaterra, Juan Wesley preside uno de los más grandes avivamientos registrados en la historia.

Vivimos en tiempos donde la apostasía y el libertinaje están destruyendo el cristianismo bíblico. Es nuestro deseo que el siguiente artículo capte la atención de nuestros lectores para que cumpliéndose la escritura que dice "Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma"(Jer. 6:16), podamos vivir una vida que agrade a Jesucristo.


LA AMENAZA DEL ANTINOMIANISMO

Por Juan Wesley

"Un golpe a la raíz" o "Cristo apuñaleado en la casa de sus amigos"
"Judas, ¿con un beso entregas (traicionas) al hijo del hombre?" (Lc. 22:48)


1.- "Sin santidad nadie verá a Dios" (Heb. 12:14). Sin santidad nadie verá el rostro de Dios en la gloria. Nada debajo del cielo puede ser más seguro que esto, pues "la boca de Jehová lo ha dicho" (Is. 1:20). "Y el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc. 13:31). Dios caería de los cielos, de la misma manera, si esta palabra cayera a tierra; esto no puede suceder. Nadie vivirá con Dios, sino aquel que ahora vive para Dios; nadie gozará de la gloria de Dios en el cielo sino aquel que lleve la imagen de Dios en la tierra. Nadie que no es salvo del pecado será salvo del infierno en el más allá; nadie podrá ver el reino de Dios en los cielos a menos que el reino de Dios esté en él aquí. Quien quiera que vaya a reinar con Cristo en el cielo debe tener a Cristo reinando en él en la tierra. Este debe tener ese "mismo sentir (pensamiento) que hubo en Cristo Jesús" (Fil. 2:5) haciéndolo apto para "andar como él anduvo" (1 Jn. 2:6).


2.- Sin embargo, tan cierto como es esto y tan claramente como es enseñado en las Sagradas Escrituras, difícilmente hay entre todas las verdades de Dios una que sea tan poco recibida por los hombres como ésta. Ciertamente, de alguna manera, fue intuida incluso por los sabios impíos, algunos de ellos afirmaron que nada agradaba a Dios sino el: "sancti recessus mentis, et incoctum generoso pectus honesto": "Una mente santa y virtuosa y un corazón inmerso en generosa honestidad". Aunque no podían negarlo, no obstante de una manera fácil y eficaz se evadieron de esa verdad. Fabricaron "algo" que pudiera hacer "las veces" de la santidad interior: crearon ritos y ceremonias, formas externas o acciones gloriosas para suplirla. Así los romanos lanzaron su cruzada a la felicidad futura y dieron "entrada al cielo" a todo aquel que peleara valerosamente defendiendo a su patria; a aquellos que en su vida hubiesen sido sacerdotes puros; también a los inmortales poetas que escribieron versos dignos de Febo; y también a aquellos que enriquecieran a la humanidad a través de las artes. Para los sabios impíos esto era más que suficiente para asegurarle al hombre un lugar en el cielo.


3.- Esto, por supuesto no fue admitido por los romanos modernos quienes desecharon tales grotescas conclusiones, y aunque rechazaron estas ideas, se ingeniaron un nuevo camino para llegar al cielo "sin santidad": hacer penitencias regulares; peregrinajes a los lugares santos; orar a los santos y a los ángeles, y sobre todo esto inventaron las misas de difuntos, la absolución por un sacerdote y la extrema unción. Todo esto satisfizo a los romanistas de la misma manera que los retablos a los impíos. Miles de ellos creyeron sin lugar a dudas que practicando estas cosas, sin santidad alguna, verían al Señor en la gloria.


4.- A los protestantes no les satisfizo esto. Reconocieron que tal esperanza no era mejor que una telaraña. Se convencieron que cualquiera que se apoyara en semejante cosa se apoyaba en un brazo roto. ¿Qué podían entonces hacer? ¿Cómo podrían ver a Dios sin santidad? Pues decidieron hacerlo, no dañando a nadie, haciendo el bien, asistiendo a la iglesia y tomando los sacramentos. De esta manera muchos miles se sentaron en las bancas de las iglesias, convencidos que estaban ya en el camino directo al cielo.


5.- No obstante muchos no se pudieron quedar allí. Esto lo calificaron como "el papismo del protestantismo". Ellos estaban persuadidos que aunque nadie puede ser un verdadero cristiano sin abstenerse cuidadosamente de todo mal, haciendo uso de la gracia en cada oportunidad y haciendo todo el bien posible a los hombres, por otro lado, un hombre puede hacer todo esto y ser todavía un impío. Ellos sabían que ésta era una religión muy superficial, apenas bajo la piel: por lo tanto, no es cristianismo verdadero, ya que este reside en el corazón, es adorar a Dios "en espíritu y en verdad" (Jn. 4:23). No es otra cosa sino "el reino de Dios EN nosotros" (Lc. 17:21). Es la "vida de Dios en el espíritu del hombre", es la mente que estuvo en Cristo Jesús, es "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17).


6.- Además, de ver esto y darse cuenta de que ésta era una religión más profunda, sin embargo no está cimentada en un fundamento correcto, porque: "nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (1 Cor. 3:11). Nadie puede tener la mente de Cristo hasta que ha sido justificado por Su sangre, hasta que es perdonado y reconciliado con Dios a través de la redención que es en Cristo Jesús, y nadie puede ser justificado, de esto están seguros, sino por la fe y sólo por la fe, pues: "mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Rom. 4:5).


7.- ¿Qué evasión podría encontrar el hombre ahora? ¿Qué vereda podría encontrar Satanás para dejar sin efecto toda esta luz? ¿Qué se podía hacer cuando esa gran verdad: "por gracia sois salvos por medio de la fe" (Ef. 2:8) era cada vez más y más recibida? ¿Qué?, sino persuadir a los mismos hombres que la recibieron que "convirtieran la gracia en libertinaje" (Judas 4).
"Simón el mago" apareció haciendo esto mismo y enseñando "que Cristo lo había hecho todo, lo había sufrido todo: que Su Justicia siendo impuesta en nosotros, ya no necesitamos hacer nada nosotros; que viendo que había tanta santidad y justicia en Él, nosotros no necesitamos agregarle más; que si pensamos que hay algo de esto en nosotros o buscamos tenerla es renunciar a Cristo; que desde el principio hasta el fin de la salvación todo está en Cristo, nada en el hombre y que los que predican lo contrario son legalistas que no conocen en absoluto el evangelio"


8.- Esto es en verdad un golpe mortal a la raíz (Os. 9:16). A la raíz de toda santidad y toda verdadera religión. Esto es "una puñalada a Cristo en la casa de sus amigos" (Zac. 13:6) de todos aquellos que profesan ampliamente amarlo y honrarlo, destruyendo el propósito mismo de su muerte: saber "destruir las obras del diablo". Porque donde quiera que esta doctrina sea recibida no hay ya lugar para la santidad, la aniquila de la cabeza a los pies y destruye tanto la raíz como la rama (Mal. 4:1). De hecho, rasga todo deseo de ella y todo trabajo por conseguirla; prohíbe toda exhortación ya que puede alentar su deseo o su esfuerzo; hace al hombre temeroso de su propia santidad, temeroso de anhelar cualquier pensamiento o movimiento hacia ella, ya que el que lo hace niega la fe y rechaza la justicia de Cristo. De esta manera en lugar de ser "celosos de las buenas obras" (Tito 2:14), éstas se convierten en un aguijón en sus narices. Y se convierten infinitamente más temerosos de "las obras de Dios" (Jn. 6:28) que de "las obras del diablo".


9.- Esta es sabiduría, pero no sabiduría de los santos sino sabiduría diabólica. Esta es la obra maestra de Satanás. ¡Más lejos que esto no puede ir! Hacer santos a los hombres sin que tengan un gramo de santidad en ellos. Santos en Cristo, aunque impíos en ellos mismos. Están en Cristo Jesús sin un ápice de la mente de Cristo o del sentir que hubo en Él. Están EN Cristo aunque su naturaleza caída esté en su totalidad EN ellos. Son completos en ÉL (Col. 2:10), aunque "en ellos" sigan siendo tan orgullosos, vanos, codiciosos y pasionales como siempre. Es suficiente: pueden seguir siendo injustos pues en Cristo se "cumple toda la justicia" (Mt. 3:15).


10.- ¡0h simples! "¿Hasta cuando, oh simples, amareis la simpleza?" (Prov. 1:22). ¿Cuánto tiempo mas buscareis la muerte en el error de vuestras vidas? o ¿no sabéis, aunque os enseñen otra cosa, que "los injustos no heredarán el reino de los cielos?" (1 Cor. 6:9). "No os engañéis" aunque muchos desean engañaros, bajo la pretensión "válida" de exaltar a Cristo, una pretensión que más fácilmente te roba por cuanto "Él es precioso para ti" (1 Pe. 2:7). Pero mientras el Señor viva: "ni los fornicarios, ni los idolatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor. 6:9-11). Habéis sido realmente cambiados, no sólo no se te tomó en cuenta, sino que de hecho fuisteis hechos justicia. "La ley -el poder interior- del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha hecho libre", verdaderamente libre de la ley -el poder- del pecado y de la muerte (Rom. 8:2). Esta es la libertad, verdadera libertad del evangelio, experimentada en cada creyente. No libertad de la Ley de Dios o de las obras de Dios, sino de la ley del pecado y de las obras del diablo. Mirad que estéis firmes en esta real -no imaginaria- libertad con la que Cristo te ha hecho libre. Y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud, por causa de esos vanos habladores, puesto que ya habéis limpiamente escapado (Gal. 5:1).


Yo te testifico, que si continúas aun en pecado, Cristo en nada te aprovecha, que Cristo no es tu salvador a menos que te salve de tus pecados, y si no purifica tu corazón, la fe en nada te aprovecha. ¡Oh!, ¿cuándo entenderéis, que el oponerse tanto a la santidad interior como exterior bajo el disfraz de exaltar a Cristo, es directamente actuar el papel de Judas traicionando al Hijo de Hombre con un beso?

Arrepentíos, arrepentíos. No sea que Él os divida con la espada de dos filos que sale de su boca (Ap. 1:16). Son ustedes mismos, los que al oponerse al propósito verdadero de Su venida al mundo, están crucificando de nuevo al Hijo de Dios y exponiéndolo a vituperio abierto (Heb. 6:6). Son ustedes quienes esperando ver al Señor sin santidad (Heb. 12:14) a través de la justicia de Jesucristo "hacéis de la sangre del pacto una cosa inmunda" (Heb. 10:29) manteniendo la impiedad de los que tanto en ella confían. ¡Cuidado! por que la maldad está delante de vosotros. Si aquellos que sin confesar a Cristo mueren en sus pecados recibirán siete veces el castigo a su impiedad, con seguridad ustedes que han convertido a Cristo en un "ministro de pecado" (Gal. 2:17) serán castigados setenta veces siete. ¿Qué? ¿Puede Cristo destruir su propio reino? ¿Hacer a Cristo un instrumento de Satanás? ¿Poner a Cristo en contra de la santidad? ¿Hablar de Cristo como salvando a Su pueblo en sus pecados? Todo esto no es mejor que decir: "Él los salva de la culpa pero no del poder del pecado". ¿Harás de la justicia de Jesucristo tal cobertura de la injusticia del hombre queriendo decir con esto que el "impío" de cualquier clase heredará el Reino de los Cielos?


¡Detente! ¡Considera! ¿Qué estás haciendo? Habías corrido bien al principio, ¿quién os embrujó? ¿Quién os ha corrompido de la simplicidad de Cristo, de la pureza del evangelio? Tú sabes "que aquel que cree es nacido de Dios" y "que el que es nacido de Dios no practica el pecado, pues Aquel (Jesús) que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca" (1 Jn 5:18). ¡Oh!, ¡volveos al verdadero, al puro, al evangelio primitivo, el que habéis recibido en el principio! Volveos a Cristo, que murió para haceros una nación santa "celosa de buenas obras". "Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras" (Ap. 2:5). "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (Jn. 5:17). Si no trabajáis, vana es vuestra fe. ¿Por qué? "¿Quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta" (Stg. 2:20)? "Acaso no sabéis que aunque tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy" (1 Cor. 13:2). ¿Acaso no sabéis que toda la sangre y la justicia de Cristo, a menos que tengamos la mente de Cristo y ese sentir que hubo en Cristo Jesús y andemos como el anduvo, sólo nos hará dignos de mayor condenación? "Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad" (1 Tim. 6:3-5). No tengáis más temor de exhortaciones fuertes enfocadas a la santidad ya sea interior como exterior. Porque en esto el Padre es glorificado y el Hijo de Dios verdaderamente exaltado. No llaméis de una manera estúpida y sin sentido a todo esto: "Legalismo" -palabra tonta y sin sentido-. No estéis temerosos "de estar bajo la ley de Dios" sino de "estar bajo la ley del pecado". Amad más las predicaciones estrictas, aquellas que más urgen en el corazón y te muestren en que no te pareces a Cristo, y aquellas que te impulsen a amarlo con todo tu corazón y a servirlo con todas tus fuerzas.


Permitidme que os alerte de otra palabra vana y sin sentido. No digáis, "Yo nada puedo", pues si lo hacéis entonces no conocéis nada de Cristo, y no tenéis fe. Porque si tú tienes fe, si tú crees, entonces tú "puedes hacer todas las cosas en Cristo que te fortalece" (Fil. 4:13). Tú puedes amarlo y guardar sus mandamientos y para ti "Sus mandamientos no son gravosos" (1 Jn. 5:3). "¿Gravosos a los que creen?", en ninguna manera. Son el gozo de tu corazón. Muestra pues tu amor a Cristo guardando sus mandamientos, caminando en sus ordenanzas sin mancha (Lc. 1:6). Honra a Cristo obedeciéndole con todas tus fuerzas, sirviéndole con todo tu empeño. Glorifica a Cristo imitándolo en todas las cosas, andando como Él anduvo. Guárdate para Cristo guardándote en todos sus caminos. Confía en Cristo para que viva y reine en tu corazón. Ten confianza en Cristo que Él va a cumplir en ti todas sus preciosas promesas, que Él hará en ti todo el placer de Su benignidad y toda la obra de fe en poder. Aférrate a Cristo hasta que Su sangre te haya limpiado de todo orgullo, enojo y todo deseo del mal. ¡Deja que Cristo lo haga todo! Deja que Aquel que ha hecho todo por ti, lo haga todo en ti. Exalta a Cristo como príncipe, para dar arrepentimiento, como salvador para darte al mismo tiempo la remisión de tus pecados como un corazón nuevo, para renovar un espíritu recto en ti (Sal. 51:10). Este es el evangelio, el puro, el genuino evangelio: Las buenas nuevas de salvación.


No es nuevo, sino el antiguo evangelio que permanece para siempre, el evangelio, no de Simón el mago, sino el de Jesucristo. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo "os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos, cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios" (Ef. 3:16-19).

lunes, 20 de agosto de 2007

La gente siempre piensa en el precio cuando hablamos de unción.

Ministerio Evangelistico Shekinah
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)



















Pastor Cash Luna

Siempre la gente se acerca a preguntarme: “Hermanos, ¿Cuál fue el precio que usted pago por la unción? Y yo les digo: “No te preocupes por saber cuánto pague yo, descubre el tuyo porque Dios no te va a pedir lo mismo que me pidió a mí.” Cuando estas muy interesado en el precio, no estas interesado en la ganancia. El problema no consiste en pagar el precio, consiste en las ganas que tengo de ganar.

Palabra dice: “El que venciere hasta la muerte le daré que se siente a mi diestra” ¿Eso es un regalo o es un premio? Es un premio. El problema es que algunas personas lo quieren todo regalado, y creen que porque Dios es bueno todo lo regala. Pero eso no es así. Los que hemos sabido diferenciar entre el premio y le regalo salimos adelante.

¿El éxito te lo da Dios o Él espera que tengas éxito para el Señor? A veces le pedimos a Dios lo que Él nos esta pidiendo a nosotros. ¿Dios educa a tus hijos, o los educas tú? Dios te dio el cerebro, y ¿Quien estudia? Estudias tu. Entonces, si te das cuenta, el éxito no es un regalo, es un premio. Es el resultado de hacer las cosas que Dios ordena que hagamos. A Josué le dijo: “Nada más esfuérzate y se valiente, no temas, para que seas prospero en todo lo que emprendas.”

Muchas veces a la gente le da miedo escuchar este tipo de enseñanzas, porque están acostumbrados a una comodidad en la cuál esperan que Dios baje y haga las cosas por ellos. Pero, tú eres el trabajador de Dios, tú trabajas para él. Dios es el jefe no nosotros.

El problema no consiste en cuánto demanda Dios demanda de ti. El problema esta en cuánto tu demandas de ti mismo. Dios puede demandar todo lo que sea de nosotros, pero mientras que tú no demandes lo mismo de ti mismo, y no te pongas de acuerdo con Dios en la demanda, las cosas no ocurren. Por eso es que hay personas que en lugar de que su trabajo y desenvolvimiento en las labores en la tierra no honran a Dios, dan vergüenza. Dejan mucho que desear.

La Palabra de Dios en el libro de Filipenses 3:4-8 dice: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”

¿Hay algo de malo en desear ganar?. Lo importante no es competir es ganar. Los deportistas mediocres son los que viven con ese pensamiento, y con razón no ganan. Las grandes naciones ponen a su gente a entrenar, y su entrenador no llega a motivarlos diciéndoles: “El gobierno ha invertido millones en ustedes, lo importante es competir. No se preocupen por el partido”. Eso no es así, ellos llegan y les dice: “Aquí somos los campeones, vamos a ganar, somos los mejores”.

¿Qué es esa mente pasiva y dormida? Cuando estoy predicando a veces miro que a algunas personas les brillan los ojos y están agarrando todo. Pero, veo a otros que tienen expresión de desconcertados y dicen: “Que estará diciendo el Hermano Cash. ¿De qué estará hablando?, si yo nací para perder” Pero déjame decirte que lo que haz perdido esta en manos de alguien más que decidió ganar.

Ganar es importante, el apóstol Pablo decía: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.” (1 Corintios 9:26-27) El consejo del apóstol Pablo era: Si se meten a correr es para ganar. Pero, ¿Quién se mete para competir? El que no entrenó para ganar, ese consuelo. Y va la carrera todo enclenque, y la única persona que lo saluda es su abuelita y le dice: “Dale tu puedes”. Y eso es así porque su vida ha sido entrenada para participar, porque así no se compite. Hay que no llega a competir, sólo participan. Y hay muchas personas que sólo están participando de la vida.

La Biblia dice que somos competentes, que nuestras competencia viene de Dios. Es decir, nos da la capacidad para competir. No crea que lo importante es competir, lo importante es ganar.

El problema que se tiene al predicar este tipo de Palabra, no es su espíritu, su espíritu es salvo y se va ir al cielo. El problema es con su mente. No existe transformación si la renovación de la mente.

Si tú todavía crees que desear ganar es malo este mensaje no es para ti. Yo creo que ganar es bueno. Pablo decía: “con tal de ganar a Cristo, no le importa perder”. Anteriormente les decía: “Como es posible que la gente en Latinoamérica ahorre de 5 a 10 mil dólares, en la moneda de su país para pagarle a un coyote para pasar la frontera. Ni siquiera arriesgan su dinero, porque no tiene retorno, se lo dan a alguien y esa persona no le da nada a cambio. Corren el riego de morirse en un contenedor con otro montón de personas que piensa igual que ellos. Te imaginas cuando ellos están adentro del contener, todas esas mentalidades son idénticas. No quiero ofender a nadie con esto, pero sólo quiero que pongas atención en la oportunidad que perdiste. Agarras el dinero, arriesgas la vida porque se puede morir al tratar de cruzar el río, pero ¿Por qué no agarro ese dinero y lo invirtió en su país. No entiendo como teniendo el dinero para volver un empresario, lo usa para irse a volver empleado en otro lado. No siendo suficiente, algunos de ellos cuando les abren el contener del otro lado dicen: “¡Gloria a Dios, aleluya. Lo logre!” ¿Quién te enseño a vivir así, acaso fue Dios?, No, pero lamentablemente algunos que lo representan sí. Si hubieran invertido todo ese capital en sus países tendrían mejores ganancias. Te das cuenta como el éxito esta vinculado a la manera de pensar.

En Latinoamérica tenemos tantos prejuicios que no nos damos permiso de ser mejores. La primera vez que te estrenas un traje fino te sientes mal por lo que los demás vayan a decir.

Pero, quiero llevarte a un punto en que te voy a poner entre en la espada y la pared, ¿Crees que tu servidor, en la eterna gracia de nuestro Señor ha tenido éxito?, Tenemos 9 años de ser iglesia, a los siete inauguramos el templo donde nos congregamos sin deuda. Si yo te dijera que te doy mi secreto ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar? Si yo te digo que te puedo llevar al punto en que puedes lograr lo mismo que yo he logrado en la mitad del tiempo que yo, ¿cuánto estarías dispuesto a pagar?

No logras mas porque no estas dispuesto a pagar para lograrlo. Ponte a pensar cuánto inviertes en educación personal al año, cuántos libros lees al año, a cuántos seminarios vas, cuántos servicios al años faltas. El problema que tienes es que no valoras lo que te puede dar la iglesia, por eso es que ofrendas poco, porque no valoras muy poco la Palabra de Dios. La Palabra del Señor no funciona donde no encuentra validez., sino la valoras no la crees.

Hoy estoy compartiendo principios inusuales, y no espero que todo mundo lo agarre, porque la mayor parte de gente tiene una mente usual, y por eso es que sus resultados son usuales y es estándar. Pero, para salir del montón debes dejar de pensar como todos, porque si sigues pensando igual a los demás, seguirás siendo del montón. Si quieres recibir resultados de la gente que no es del montón descubre los secretos de ellos. Jesús no le enseñó todo a todos, llamaba a otros aparate, ¿Por qué? Por que Jesús valoraba lo que enseñaba y sabía que no en todos lo lograba, por lo tanto escogía a quién le enseñaba cada cosa. Yo no te puedo capacitar con la Palabra de Dios para que ganes más en la vida si tienes prejuicios en la ganancia.

La gente siempre piensa en el precio. Cuando hablamos de unción, siempre la gente se acerca a preguntarme: “Hermanos, ¿Cuál fue el precio que usted pago por la unción? Y yo les digo: “No te preocupes por saber cuánto pague yo. Descubre el tuyo porque Dios no te va a pedir lo mismo que me pidió a mi. Cuando estas muy interesado en el precio, no estas interesado en la ganancia. El problema no consiste en pagar el precio, consiste en las ganas que tengo de ganar.

¿Por qué no has arrebatado el precio del éxito? No puedes acercarte a un hiper millonario para saber el secreto de su éxito sin pagarle por el. Pero en el cristianismo las personas quieren recibir todo sin pagar por ello. Quieren recibir todas las bendiciones, pero no comparan una Biblia para leer si es cierto. Y te puedo asegurar que si compraste una Biblia, fue la más barata. Cuando acababa de convertirme, compre mi primera Biblia, y fue la más cara que encontré porque quería la mejor. La primera vez que hice una cruzada la gente se hizo atrás para pagar. Estábamos empezando a construir el templo y era ilógico que hiciéramos una cruzada, pero cubrimos los gastos, el coliseo se llenó, y los milagros fueron poderosos. Cuando terminamos, una persona se me acercó y me dijo: “Hermano, todo le salió muy bonito pero cometió un error, gasto mucho” Pero, como creíamos lo que Dios iba hacer, nonos importó pagar el precio. Un día Dios me dijo: “Estoy dispuesto a usarte, si tu estas dispuesto a pagarme”. La primera vez que me invitaron a predicar prepare el mejor mensaje que tenia, y todos mis ahorros los gaste en un saco, una camina , una corbata y un pantalón, porque tenía muchas ganas de presentarme como un príncipe para predicar la Palabra de Dios, que no me importo el precio.¿Será que recibo tanta revelación de Dios porque siempre he querido darle lo mejor?

Muchas personas quieren vivir de milagros, y el problema es que no podemos vivir de ellos, los milagros existen para resolver problemas que no hay otra manera de resolverlos.

No eres más rico porque nunca has tenido mas gana y dices que no tienes más ganas porque te conformas y caes en la vida mediocre. No tiene suna casa mas grande porque en realidad no la deseas, siempre miras lo que cuestas, cuando de verdad tengas ganas va a conseguir lo que cuesta. No creas que el éxito es fácil, tenemos que enfrentar nuestros propios temores y darle gloria a Dios.

El Apóstol Pablo dijo: “Para ganar a Cristo puedo perder todo, tengo todo por basura, no me estoy fijando lo que pierdo porque lo que gano es superior”. ¿Sabes porque te pones a pensar en le precio de consagrarte? Porque no tienes las suficientes ganas de hacerlo. Piensas el precio que implica dejar a tu amante, porque no tienes las suficientes ganas de ser feliz. No te das cuenta que una amante no trae nada bueno, por tenerla puedes perder tu casa, tu esposa y t us hijos, y más adelante te vas a quedar hasta sin ella, porque también te va a dejar porque fuiste capaz de traicionar a los que te aman. Miras más el precio que la ganancia.

No remodelas tu oficina porque todavía no tienes las suficientes ganas de ganar más. No me gusta ir a la clínica de un medico con apariencia de pobreza, porque el cheque es de 30 mil y no veo la ganancia, pero si la clínica buena alfombra, te dan cafecito y te atiende una secretaria, no te importa pagar eso. Invierte el proceso y ve como ganas más.

Cuando la gente ve el carro que manejo me dice: “Hermano, ya también quiero uno así” Y algunos empiezan a criticarme y dicen que lo compre de los diezmos, y eso no fue así. Con las ganancias de mi negocio yo compre mi casa y mi carro. Constantemente hago lo bueno, me esfuerzo y le creo a Dios, no soy negligente y trabajo 7 días a la semana, ¿por cuál de todas esas cosas buenas y correctas me juzgan?. Que pena que algunos haciendo una sola cosa, no logran el éxito y yo con tres o cuatro lo hago.

Pon atención tienes lo que alguien mas tiene porque seguramente no haz hecho lo que otro ha hecho. Si hay uno que puede, todos podemos. Pídele al Señor que te de más ganas de ganar, que miedo de perder.

Lo que les he contado tiene 21 años de trayectoria, es Palabra acumulada por no faltar a ninguna sola de las promesas de Dios. Lo que dice la Palabra de Dios es cierto, perro si en verdad lo crees y haces lo que te dice. No te des cuento a ti mismo diciendo que crees sin hacerlo, haz los principios que la Palabra te dice y verás el resultado. Invierte en creer, corre riesgos. El que no arriesga, pierde.

La Palabra de Dios dice: “Todo cuanto para mi era ganancia lo estimo perdida”. ¿Cómo hacer para no considerar el costo del precio que hay que pagar en la vida para obtener el éxito? Deseándolo como loco, pero si tu deseo realmente no es el éxito, siempre estas considerando el precio. Cuando verdaderamente tienes ganas de algo, pagas el precio.

Si de verdad tuvieras tantas ganas de ser profesional, te dejarías de quejar de los desvelos y de los precios, si en realidad tienes tantas ganas de ser ingeniero, que no te importe cuanto te desvelas. Si de verdad tienes ganas de servir al Señor, no digas: “Es que son muchos los ensayos de la alabanza”. Si te fijas tanto en el precio que hay que pagar, es porque no tienes suficientes ganas de hacerlo. Si no te has dado cuenta del tiempo si tienes un discipulado hoy y otro mañana, ni del precio que hay que pagar por llevar a la gente al encuentro, es porque tienes ganas de hacerlo. Yo predico más veces que los días que tiene el año, cuando viajo no me da tiempo de pasear y conocer. Lo primero que quiero hacer al llegar a un lugar es llegar al estadio y ver la gloria de Dios derramándose, y no escatimo el tiempo ni el precio, porque voy a tener tiempo de ver las calles de oro y los ríos de cristal en el cielo.

Piensa por un momento en la cantidad de dinero que quieres ganar este año y escríbela en una hoja. Ahora bien, déjame decirte que eso que pensaste y escribiste es la base de tu oración. ¿Por qué no escribiste más? Cree en algo que sabes que es posible y que con eso vas a poder bendecir. No pienses con codicia, piensa en lo bueno que vas a hacer con eso. Dios no bendice la codicia.

Ahora quiero que te preguntes ¿por qué no escribiste más? Pregúntale a tu fe si da para un poco más, y de ser así, piénsalo en este momento y escríbelo. Ahora mira la diferencia entre lo primero y lo segundo. Te felicito porque desde el momento que escribiste un poco más, estas creyendo por lograrlo. Ahora déjame decirte la cantidad que escribiste allí, es el valor que tienes de ti mismo, porque es lo que crees que eres capaz de hacer.

¿Por qué no lo lograste en el año anterior? Porque no tuviste las suficientes ganas de lograrlo. Estabas pensando que era duro y que costaba, estabas pensando en el precio todo el tiempo. Piensa en lo que quieres, no en el precio. Cuando pienses lo suficiente en lo que quieres, pierdas el miedo y te des permiso de hacerlo, te aseguro que lo vas a lograr.

En Mateo 8:1-3 dice: “Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.”

El leproso no dijo: “si puedes”, el indicó: “si quieres”, porque sabia que Jesús si podía. Ahora bien, no te estoy preguntando si puedes, te estoy preguntando si quieres. La gente constantemente dice: “Es que el precio de la unción”, y no es el precio el que hay que pagar, es un placer. El precio de la unción no es ayunar, eso un gusto de crecer en el Espíritu. Quienes deseamos la ganancia no escatimamos el precio. ¿Por qué crees que nuestro templo esta lleno de cosas buenas, finas y por supuesto caras? Por que no pensábamos en el precio, pensábamos en la ganancia, pensábamos en quienes íbamos a bendecir. Cuando estábamos en la bodega donde teníamos el templo, invertimos 150 mil quetzales para poner aire acondicionado, porque teníamos un servicio al medio día, y a ese hora hay tanto calor que la gente se adormecía. No pensamos en el precio que había que pagar, porque estábamos pensando que íbamos a ganar gente edificada en la Palabra de Dios.

El leproso dijo: “Si tu quieres limpiarme”. Y el Señor dijo: “Si puedo”. El problema no es lo que quieres, sino cuantas ganas tienes de tenerlo. ¿Qué harías si no tuvieras miedo? Pues hazlo con todo y el miedo. ¿Qué harías si todo te fuera posible? ¿Que lograrías si todo te fuera posible? Todo, pues la Biblia dice que al que cree todo lo es posible. Entonces hazlo por que no es cuestión de preguntarte si puedes sino de que sí quieres. Si quieres hazlo.

Con esas dos palabras que te acabo de dar, voltea a ver la hoja de nuevo... ahora bien, ¿sientes que eres más capaz de hacerlo? Vuelve a la hoja, ¿crees que puedes? Mírala bien y hazte una pregunta de todo eso que esta ahí ¿Cuánto estas dispuesto a pagar por eso? El 10 o el 50%. Prepárate porque eso que tienes allí no va a ser gratis. Pero si tienes tantas ganas de obtener no te va importar el precio.

Dios estuvo dispuesto a perder a su hijo para ganar a la humanidad y llevarla eternamente al cielo. Tenía tantas ganas de ganarte que pago el precio con Su Hijo. Agradece al Señor el precio que pago por tí, y pídele que te enseñe a ganar honrando Su nombre.

Nunca vas a lograr el éxito si tus ganas no superan tus temores.