domingo, 9 de diciembre de 2007

Confiando en la Unción – Parte II

Ministerio Evangelistico Shekinah
Ahora veras si mi palabra se cumple o no. (Números 11:23)




Pablo no revela que tenía conocimientos de esa enseñanza. Él no tenía ningún problema afirmando que tenía la “plenitud” del Espíritu. Esto le puede parecer vanagloria a algunos predicadores, pero Pablo entendía que esto era una realidad de la vida cristiana. Esta confianza en la bendición de Dios, es algo que vemos a través de todo el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento no utiliza ningún otro tipo de lenguaje y no manifiesta ningún otro punto de vista. Ése era el punto de vista apostólico. Dondequiera que los apóstoles iban, ellos asumían que Cristo los respaldaría hasta el final; el poder de Dios no tenía fluctuación ni medida. Los apóstoles nunca estuvieron ansiosos con respecto al poder de Dios. Ellos no siempre declararon que tenían poder; no tenían necesidad de hacerlo. Los apóstoles tenían una profunda confianza en todo lo que hacían.

Los siguientes versículos bíblicos reflejan esto:

Colosenses 1:11 dice, “…fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad…”. Fíjese que Pablo no dijo que necesitaba paciencia para obtener poder, sino poder para obtener paciencia.
El versículo 29 dice, “…para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”. Aunque sus labores eran físicas, Pablo tenía una turbina de poder en su alma.

Efesios 3:7,20 dice: “…del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder”. Este versículo niega cualquier mención de que una persona pueda ser un siervo del Evangelio sin no tiene el respaldo del poder de Dios.

El versículo 20 dice: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…”. Si su poder no opera en nosotros, entonces no somos lo que Pablo entendía que los cristianos debían ser. Un cristiano es una persona en quien el Espíritu Santo está constantemente activo.

Romanos 15:8-9 dice: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, Y cantaré a tu nombre”. Ésta es otra versión de la Gran Comisión. El que los gentiles alaben el nombre de Dios es el propósito de la Gran Comisión. Pablo describe esto en detalles en los versículos 8 al 12.

La Predicación del Evangelio Activa las Promesas de Dios


El versículo 8 dice: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres…”. No había manera de que esas promesas pudiesen ser confirmadas si el poder de Dios no hubiese estado operando en Pablo cuando éste predicaba. Pablo asumió que el poder estaba con él. La predicación del Evangelio activa las promesas de Dios. Entonces, en el versículo 9 dice: “y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, Y cantaré a tu nombre”. En otras palabras, ellos fueron testigos del poder de Dios.

En el versículo 13, Pablo continúa diciendo: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. ¿A qué esperanza se refería él? A la esperanza de que los gentiles alabaran a Dios. Sus esperanzas reposaban en el poder de Dios. En resumen, los discípulos confiaban en la unción. Ellos sabían que podían contar con ella.

Los versículos 18 y 19 dicen: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo”. Pablo no había pasado por alto ningún lugar, ni tampoco había tomado días libres; sino que constantemente había proclamado a Cristo con el mismo respaldo incondicional de Dios.

Pablo sabía muy bien las cosas que iban a ocurrir. Esa firme esperanza estaba siempre presente. Romanos 1:11 dice: “Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados…”. Él no dice quizás o a lo mejor. Él dice que cuando fuera a ellos eso era lo que él iba a hacer. Romanos 1:13 dice: “Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles”. Pablo no dice que eso es algo condicional, sino que establece de ante mano lo que iba a suceder. Su Evangelio era un Evangelio victorioso. Un Evangelio que no dependía de ninguna formula; sólo dependía de las promesas de la presencia y del poder de Dios.

Romanos 1:16 dice: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego”. El Evangelio tiene su propio poder cuando es predicado. Todos aquellos que predican el Evangelio son hombres de poder.

La Demostración del Poder del Espíritu


1 Corintios 1:18 dice: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”. Pablo confirma esto en 1 Corintios 2:3 cuando dice: “Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor…”.

En 2 Corintios 1:15, Pablo dice que va a ir a los corintios para que éstos reciban otro regalo o bendición (la palabra “charis” en griego significa regalo). Pablo no les dijo a los corintios que él tenía la esperanza de que ellos recibieran otro regalo; él sabía que tenía el poder para llevarles ese “regalo”.

La predicación del Evangelio activa el poder de Dios. El Evangelio debe ser predicado para que se convierta en Evangelio. El Evangelio comunica noticias, no información. Las noticias no son noticias si no se reportan, si no se comunican. Una muerte no es noticia hasta tanto no aparece en los diarios. Si la muerte de Cristo nunca hubiese sido divulgada por los apóstoles, no existiría el Evangelio. Si la noticia más importante no se anuncia, no se convierte en las Buenas Nuevas. Cuando es predicado, el Evangelio es el poder de Dios para la salvación. Jesús salva cuando predicamos acerca de su salvación. De otro modo, Él no salva a nadie.

El Espíritu Santo no trabajar a medias. Él no actúa tentativamente. Nuestro Dios es un Dios que siempre obra con todo su poder. Él cubre nuestras debilidades, defectos y limitaciones con su poder. Él nunca es menos de los que debe ser; nunca menos que perfecto. Él no es un fuego que quema hoy aquí y mañana allá.

No existe tal cosa como cristianos sin poder. Si no tenemos poder, no somos cristianos. Esta fe es poder. Podemos tener un “cuerpo” de doctrina aprendida, pero si esa doctrina no tiene poder es sólo un cadáver. Cristo no es sólo la Verdad, sino también la Vida. Por definición, el cristianismo es el poder de Dios derramado en nuestras vidas.


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Una Fuente de Poder Integrado


Frecuentemente, escuchamos decir que no debemos salir a evangelizar si no tenemos poder. Lo cierto es que no debemos hacerlo ya que sin poder no hay Evangelismo. Cualquier otra cosa es sólo propaganda, promoción o crecimiento de la iglesia. Un Evangelio sin poder es como poner artículos en la vidriera de una tienda cuando la tienda no tiene esos artículos disponibles. Es como tener la letra de una canción pero no la música. El poder de Dios no es un ideal, sino una promesa que Dios nos hizo. No es el objetivo máximo, sino un ultimátum: “Ser llenos del Espíritu”. Es una necesidad. Algo con qué comenzar, no algo a lo que debemos aspirar.

La Gran Comisión tiene su propia fuente de poder. El Espíritu Santo está comprometido a respaldar el Evangelio. El Evangelio arde con el poder de Dios. Así como no puede existir fuego sin calor, no se puede predicar el Evangelio si no hay poder. La Gran Comisión y el poder de Dios están estrechamente relacionados; dependen el uno del otro. Si nosotros vamos, Él va. Si laboramos, Él labora junto a nosotros.

En el Nuevo Testamento encontramos 230 referencias acerca de la oración, pero ni una sola de ellas dice que debemos orar para recibir poder. Jesús dijo: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…”, y cuando eso ocurrió ellos recibieron el poder y nunca más lo volvieron a pedir. Los creyentes del siglo anterior oraron constantemente por el poder. Ellos oraban por el Bautismo de poder.

La Falta de Poder


Vamos a hablar ahora de la falta o ausencia del poder de Dios. Considerando lo que he dicho hasta ahora, me pregunto lo siguiente: ¿Por qué existe tal cosa como la ausencia de poder? Si el poder está atado al Evangelio, ¿por qué tenemos que orar por todos nuestros esfuerzos evangelísticos? Por muchas razones. Entre ellas, lo que dice Romanos 15:30-32, “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta; para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros”.

Esos versículos contienen cuatro peticiones:

1. Por los ataques que Pablo enfrentaba, o sea por el Evangelio.
2. Por su seguridad.
3. Para que su ministerio fuese aceptado por los creyentes.
4. Para que Pablo llegara con gozo y fuese restaurado.

Pablo no les pide que oren para que él reciba poder, sino por los impedimentos que lo acosaban. Un ministerio puede ser atacado de muchas maneras. Por ejemplo, de forma física, como dice 2 Corintios 2:12: “aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito; así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia”. El poder que Pablo tenía quedó anulado por lo preocupado que él estaba por Tito.

Romanos 15:22 dice: “Por esta causa me he visto impedido muchas veces de ir a vosotros”. 1 Tesalonicenses 2:18 dice: “por lo cual quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente una y otra vez; pero Satanás nos estorbó”.

Estos son impedimentos físicos que limitan la obra de Dios, obstruyendo así el poder de Dios. Estos impedimentos deben ser objeto de oración. En 1 Corintios 16:9, Pablo se refiere a este mismo problema – “porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios”. En 2 Corintios 2:11, Pablo habla de la posibilidad de que Satanás podía ganar ventaja sobre ellos.

Los Dones de Dios – no son Infalibles


En Colosenses, Pablo enfatiza la necesidad de orar. “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso, para que lo manifieste como debo hablar”. Después de esto, Pablo cambia el enfoque de sus palabras y exhorta a las personas a que aprendieran a hablarle a los inconversos – “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Su comportamiento era un factor bien importante para que ellos pudiesen predicar la Palabra.

La
predicación del Evangelio puede ser interrumpida por muchos factores. Los dones de Dios no son infalibles. El poder del Espíritu Santo es vulnerable. 1 Tesalonicenses dice: “No apaguéis al Espíritu”. Cada referencia que existe en las Escrituras con respecto a la palabra “apagar” siempre se refiere al fuego o a la luz de una lámpara. La exhortación es para aquellos que, a propósito, le echan agua helada al fuego. Vale la pena mencionar que el Espíritu de Dios no se apaga si una mujer muestra sus tobillos.


Curiosamente, algunas personas piensan que ellos deben estar constantemente re-encendiendo el fuego de Dios. En Levíticos, el libro de la Biblia que muestra las imágenes de Dios en el Templo y de los sacrificios de Israel, leemos que: “El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará”. Dios había encendido la llama en el altar.

Permítame mencionar algo de pasada. Cuando Elías se paró en el Monte Carmelo y oró, el fuego cayó y consumió el sacrificio, la madera, el agua y quemó las piedras. El fuego cayó una vez y luego se apagó. Sin embargo, cuando el fuego de Pentecostés cayó, continuó ardiendo en las vidas de los discípulos. Nosotros no queremos un fuego terrenal como el de Elías, sino el fuego de Cristo. Nuestro deber es no hacer nada que vaya a apagar. El fuego puede arder eternamente siempre y cuando nosotros no lo apaguemos. El fuego de Dios no se apaga solo. El Espíritu Santo que está en nosotros nunca muere. Se dice que el amor no muere de muerte natural, sino que tiene que ser asesinado; lo mismo ocurre con el poder del Espíritu.


Obedeciendo la Gran Comisión


La gran revelación de la Gran Comisión se encuentra en 2 Corintios 6:3-10. Aquí Pablo habla en detalles de las condiciones en las cuales el poder del Espíritu Santo opera en la vida de los siervos de Dios. Él enumera tanto ayudas como obstáculos; pero no se equivoque, no existe argumento alguno que pueda ser tomado en cuenta para juzgar la presencia y el poder del Espíritu Santo. Pablo enumera 29 condiciones que son tanto positivas como negativas.

Léalas una y otra vez. Ese capítulo es el ejemplo a seguir por todo predicador aquí en la tierra. No existe ni una sola de esas condiciones que sea ajena a cada uno de nosotros. Todos nosotros debemos trabajar dentro de esos parámetros, o no somos dignos de predicar en lo absoluto. Los requisitos básicos son tolerancia, labor ardua, pureza, entendimiento, palabra de verdad, justicia, paciencia, y bondad en el Espíritu Santo con amor sincero.

Pablo también enumera circunstancias que debemos enfrentar – persecución, gloria, deshonra, difamación, falta de reconocimiento, y pobreza. Pablo mismo había pasado por todo esas cosas. Sin embargo, esas no son las cosas que apagan el fuego de Dios. El fuego del Espíritu de Dios arde eternamente y no necesita ser re-encendido cada domingo en la mañana, o cada vez que predicamos.

En el pasado, ha habido predicadores que no predicaban en las iglesias a no ser que sintieran que Dios estaba con ellos. Ellos buscaban sensaciones y certeza por medio de alguna señal del Espíritu. Yo estoy seguro de que el Señor sonreía amablemente; sin embargo, eso no era fe. Si ellos hubiesen pasado más tiempo leyendo la Palabra en lugar de estar orando, hubiesen ido con confianza a todo lugar, sabiendo que Dios no es inconstante. Dios no tiene que ser persuadido, o sujetado a manera de llave de lucha libre para estar junto a nosotros en el púlpito. Dé por seguro que Él está siempre con usted. La unción siempre está presente cuando obedecemos la Gran Comisión.

Hermano bendice a otra persona; cuentale de existencia de este ministerio.

Con amor en Cristo

Rodrigo Rojas Garzon

Evangelista