Debemos despojarnos del viejo hombre
y revestirnos del nuevo hombre.
Colosenses 3:7 dice: “En las cuales vosotros también anduvisteis
en otro tiempo cuando vivíais en ellas”. Esas cosas se refieren a nuestra
naturaleza terrenal, en la que andábamos en otro tiempo. Debemos creer que el
Señor Jesús realizó toda Su obra en la tierra y fue crucificado por nosotros, y
todas las cosas terrenales en las que anduvimos en otro tiempo ya fueron
crucificadas con Él. Ahora, debemos hacer morir toda nuestra naturaleza
terrenal.
Nosotros sabemos lo astuto que es Satanás y cómo trata de engañarnos
por todos los medios. Él usa las cosas de la tierra para atraernos. El mundo
está lleno de fornicación, de impureza, de pasiones desordenadas (lascivia), de
deseos malignos y avaricia. La avaricia es codicia. El hombre siempre anhela
tener más cosas para él. Sí, nosotros andábamos en todas esas cosas, pero la
sangre preciosa del Señor ya nos limpió. Ahora hemos muerto junto con Cristo.
Si esas cosas aún nos incomodan, debemos tomar la cruz para hacerlas morir.
El versículo 8 dice: “Pero ahora dejad también vosotros todas
estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra
boca”. Ya mencionamos que todas esas son cosas del alma, con la parte mala del
alma. Esas cosas malas vienen del maligno y producen pecado en el cuerpo. Por
eso necesitamos eliminarlas. Ellas no pueden estar más en nuestro medio.
Siempre debemos tomar la cruz y hacerlas morir, pues nuestro viejo hombre ya
fue crucificado con Cristo.
El versículo 9 dice: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos
despojado del viejo hombre con sus hechos”. Los hechos del viejo hombre son las
obras de nuestros miembros terrenales y las cosas de nuestra alma caída.
Entonces, nosotros que somos el nuevo hombre, debemos resolver esos asuntos. Si
queremos vivir en la realidad del nuevo hombre, necesitamos buscar las cosas de
arriba. Debemos poner el pensamiento en el cielo. No vamos a pensar en la
filosofía terrenal, en las vanas sutilezas, en las tradiciones de los hombres,
en los rudimentos del mundo. Debemos clavarlo todo en la cruz. Debemos
despojarnos del viejo hombre con todos sus hechos.
Efesios y Colosenses son epístolas hermanas. Las dos proceden de
Gálatas. Efesios habla de la iglesia y Colosenses habla de Cristo, el Cristo
que es todo y en todos, y Efesios dice que la iglesia es el Cuerpo de Cristo.
Tanto Efesios como Colosenses hablan del nuevo hombre (Ef 2:15; 4:24; Col
3:10). El nuevo hombre se opone al viejo hombre (Ro 6:6; Ef 4:22; Col 3:9). El
viejo hombre es pecaminoso y poco a poco se corrompe, por el hecho de envejecer.
Debemos despojarnos de él.
Cuando no nos despojamos del viejo hombre, nos induce a pecar. No
siempre caemos instantáneamente, sino que lo hacemos gradualmente. Así como Lot
decidió habitar en los valles del Jordán y fue armando sus tiendas hasta que
llegó a Sodoma. Él no se mudó inmediatamente después de que se separó de su tío
a Abraham, sino que fue armando poco a poco sus tiendas hasta que llegó a
Sodoma (Gn 13:10-12). A veces un hermano cae en pecado, pero eso no ocurre
instantáneamente. Él va siendo licencioso poco a poco, siguiendo en la
dirección del pecado. Cuando se da cuenta, ya está en “Sodoma”. Lot es un buen
ejemplo de dejarse llevar por el pecado. Finalmente él se corrompió
completamente. Fue a vivir en Sodoma, un lugar que Dios había maldecido.
Por
eso debemos despojarnos del viejo hombre y ser renovados en la mente, en el
entendimiento. ¿Por qué nos ocurren ciertas cosas indeseables? Porque aún
vivimos en el viejo hombre, y las cosas del viejo hombre se corrompen.
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